El viejo continente, que en otros tiempos asumió una función de liderazgo mundial en asuntos de tanta enjundia como la batalla por la dignidad de la persona y la lucha por los derechos humanos, hoy languidece lentamente, impotente y sin capacidad moral, cada vez con menos influencia en el mundo. ¿Dónde quedaron aquellas grandes aventuras del pensamiento, de la justicia y de la solidaridad que conformaron indeleblemente la identidad europea?.
Hoy, a poco que observemos la realidad de la Europa en que nos ha tocado vivir somos conscientes de habitar en un solar en el que la población envejece sin recambio generacional, en el que los derechos humanos se negocian en función de determinadas cotas de poder, en el que la versión tecnoestructural y mercantil domina esa dimensión humana y cultural que estaba en el frontispicio de la construcción europea. El consumismo insolidario y el individualismo se han adueñado de generaciones de ciudadanos que han ido perdiendo su compromiso con la solidaridad y la justicia. ¿Qué ha pasado, pues, para que hoy Europa esté a punto, no sólo de perder su influencia política y económica en el mundo, sino de desaparecer como modelo cultural?.
La contestación a esta pregunta no es sencilla. No se puede despachar en un artículo de opinión porque las razones de la situación actual son profundas y complejas y reclaman un análisis más amplio. Sin embargo, de modo esquemático podemos afirmar que la clave de lo que está aconteciendo tiene mucho que ver con el sistemático olvido de las raíces de Europa y con una ausencia clamorosa de personas de criterio y con visión de Estado, especialmente en la conducción política de los pueblos.
En efecto, el abandono de las humanidades, especialmente de la historia y la filosofía en los planes de estudio, más obsesionados con la racionalidad técnica que con los conocimientos necesarios para el ideal de una vida digna, explican en algún sentido lo que está pasando. Muchos jóvenes no quieren saber más que lo preciso para encontrar un trabajo bien pagado. El sentido de la vida les trae al fresco. La materialidad y el confort van ahogando poco a poco otras dimensiones más relevantes de la vida humana como la solidaridad o la lucha por los derechos humanos.
Desde otro punto de vista, la justicia, que es la permanente y constante voluntad de dar a cada uno lo suyo, que debe presidir la actuación de jueces y tribunales, cada vez brilla más por su ausencia. La separación de poderes ha dejado de ser un cimiento básico de la arquitectura del Estado de Derecho para convertirse en una aspiración imposible, tantas veces una pantomima promovida precisamente por quienes deferían defenderla. Por una sencilla razón: ahora los poderes son integrados por la cúpula del partido que alcanza la mayoría y en ocasiones se cede a la tentación de la concentración del poder, encontrándonos tantas veces ante situaciones tan criticadas como practicadas en un ejercicio de cínica esquizofrenia política.
La dignidad del ser humano es objeto de transacción económica. Unas veces en la plaza pública, otras veces en el mercado o en las diferentes ferias que se han instalado por doquier. Los derechos de la persona han dejado de ser el fundamento del orden político, social y económico. La ley es un instrumento de confrontación de unos contra otros. No se gobierna para todos porque el interés general ha dejado de ser el interés de todos y cada uno de los ciudadanos en cuanto miembro de la comunidad. Ahora se privatiza a marchas forzadas hasta hacerlo reducirlo a mero interés particular.
La auto contemplación del éxito del Estado de bienestar que denomino estático ha tenido mucho que ver con la crisis. Desde la tecnoestructura se ha instalado un consumismo insolidario que ha pretendido convertir a los ciudadanos en marionetas al servicio de los que mandan. En parte lo han conseguido porque la capacidad de reacción cívica ante tantos desmanes orquestados desde las cúpulas es de todos bien conocida a causa de la progresiva narcotización de la conciencia ciudadana de un pueblo que se ha entregado a los encantos del reinante consumismo insolidario.
Hasta el informe Proyecto Europa 2030 elaborado por el consejo de sabios presidido por Felipe González, por encargo del Consejo Europeo, ha pasado desapercibido para buena parte de la opinión pública y de los líderes europeos. Un informe que alertaba sobre algunos de los males que aquejan al viejo continente. Entre otros, este análisis hace referencia a al problema del envejecimiento demográfico, a la cuestión de una inmigración masiva que no sabemos ordenar, a la dependencia energética, al pleno empleo, a la crisis fiscal del Estado de Bienestar, a la pérdida de influencia política y económica de Europa …
Mientras, los ciudadanos europeos siguen manifestando que no saben muy bien que es el proyecto europeo y que se sienten cada vez más distantes de este gran espacio cultural y moral que, sin embargo, ha sido colonizado por mercaderes y políticos sin escrúpulos. Si Adenhauer, Schuman o de Gasperi se levantarán de sus tumbas y observaran los derroteros que está tomando Europa en este tiempo se sentirían decepcionados. Probablemente porque la gran intuición cultural y moral de libertad y solidaridad que ellos concibieron está siendo arrasada y traicionada por esa tiranía del lucro a cualquier precio así como el deseo de dominación política que a tantos conduce a ingresar en la política, nunca mejor escrito con minúsculas.
La solución está, como casi siempre, en la realidad, una realidad que es la que es y que viene de dónde viene. Guste más, guste poco o no guste nada, Europa se ha forjado en una apasionante lucha por la libertad y la solidaridad que hoy debiera volver al primer plano del camino europeo. Europa es el trasunto de la filosofía griega, del derecho romano y de la solidaridad cristiana. Y, hoy, el gusto por el pensamiento, por la justicia y por la solidaridad, con matices, la encontramos más bien lejos de nuestras fronteras, bastante lejos.
Por eso, ojala pronto la conciencia popular se despierte del letargo en que está sumida y pida cuentas de los desmanes que se están produciendo en este tiempo. Unos desmanes que dentro de no muchos años escandalizarán a quienes entonces habiten en estas tierras. ¿O no?.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es
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