El espacio de centro, dicen muchos de sus contradictores, con su distanciamiento, su equidistancia, de la derecha y de la izquierda, con su neutralidad, a lo que conduce es a una especie de indefinición que quiere tener las virtualidades de las partes, sin ser ninguna de ellas para ser todas a la vez, y al final lo que consigue es una amalgama de propuestas débiles e insustanciales que permiten calificar su posición fundamentalmente como inconsistente.
Pues bien, el espacio de centro no se establece por referencia a las
posiciones ideológicas, sino desde una crítica profunda de este tipo de
formulaciones. Las posiciones ideológicas que se critican desde el centro son
aquellas que se configuran como una interpretación completa, cerrada,
omnicomprensiva y definitiva de la realidad social e histórica. Son posiciones
que, desde el punto de vista generativo, derivan muy directamente del
racionalismo ilustrado, y que encuentran sus formulaciones más completas en dos
posiciones que desde sus primeros pasos se han visto como antagónicas y como
referentes de la confrontación política: el liberalismo y el socialismo. Está
al alcance de todos dibujar un mapa preciso de sus incompatibilidades y
oposiciones respectivas. El fascismo, por otro lado, elaborado sobre la base de
la afirmación nacionalista, se erige como una posición igualmente distante de
las dos anteriores, pero no como síntesis de ambas, sino como negación de las
dos –ni de derechas ni de izquierdas, se decía-, y se proponía como ajeno tanto
al internacionalismo derivado de las consideraciones de clase propias del
socialismo, como al individualismo liberal, ambos por negadores del ser
nacional.
El diseño de las oposiciones que entre estas posiciones ideológicas se perfilan puede hacerse con tanta precisión debido, precisamente, a su carácter racionalista de fondo, por más que la raíz emotivista del fascismo -propia de toda afirmación nacionalista- pareciera distanciarlo de la común filiación ilustrada. Y precisamente este, el de las oposiciones, es uno de los rasgos más identificativos de las formulaciones que hemos denominado ideológicas, en cuanto que las ideologías se autoafirman como saberes de salvación, y sólo admiten otras posiciones como un mal derivado de la articulación democrática de la vida política, y, consecuentemente también, sólo conciben la vida política como confrontación, como enfrentamiento, como antagonismo, donde el campo se divide entre dos categorías, las de los nuestros y los demás.
En este sentido, el espacio de
centro carece de la consistencia dogmática propia de las ideologías cerradas.
Ahora bien, tal tipo de consistencia no interesa al centro porque se trata de
una consistencia falaz, aparente, establecida sobre una base reductora de la
realidad, propia de todo racionalismo.
Afirmar que nuestro conocimiento de la realidad es parcial, y en muchos sentidos -no en todos- relativo, que en absoluto podemos atisbar cual es la situación final a que nos conduce la historia, que no tenemos ni podemos tener nunca a nuestro alcance los resortes o las claves para establecer un orden social definitivamente justo y plenamente libre, no puede equipararse a las formulaciones ideológicas. Está en sus antípodas. Consecuentemente, desde estos presupuestos, no puede pretenderse que el espacio de centro se defina con un posicionamiento ideológico de este estilo, que sería –desde ese punto de vista- efectivamente inconsistente, sino que lo que se establece es un nuevo espacio político y un nuevo discurso que rompe con los tópicos, fórmulas y dogmas del lenguaje ideológico, en tantos sentidos –creo no equivocarme- insuficientes. Así, el problema, lo vemos en las últimas elecciones es que, por mor de la manipulación creciente, seguimos presos de los esquemas bipolares. Ojala no por mucho tiempo.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana