Las recientes elecciones del 28-A han sacado a relucir un concepto que suele emerger con fuerza cuando los extremos y las ideologías cerradas hacen acto de presencia, tal y como ha pasado entre nosotros en los últimos comicios. Me refiero a la moderación, tan manida estos días como huérfana de aplicación práctica, pues suele confundirse frecuentemente con tibieza, pusilanimidad o indefinición demasiadas veces. Sin embargo, como veremos, y como sabemos, nada más lejos de la realidad.

La moderación es, entre otras cosas, un ejercicio de relativización de las propias posiciones políticas. Las políticas radicalizadas, extremas, sólo se pueden ejercer desde convicciones que se alejan del ejercicio crítico de la racionalidad, es decir desde el dogmatismo que fácilmente deviene en  fanatismo, del tipo que sea.

Sin embargo,  toda acción política es relativa. El único absoluto asumible es el hombre, cada hombre, cada mujer concretos, y su dignidad. Ahora bien, en qué cosas concretas se traduzcan aquí y ahora tal condición, las exigencias que se deriven de ellas, las concreciones que deban establecerse, dependen en gran medida de ese “aquí y ahora”, que es por su naturaleza misma, variable.


La moderación, lejos de toda exaltación y prepotencia, implica una actitud de prudente distanciamiento, de asunción de la complejidad de lo real y de nuestra limitación. La complejidad de lo real no es una derivación del progreso humano, de los avances científicos y de la tecnología, por mucha complejidad que hayan añadido a nuestra existencia. Más bien los avances de todo tipo nos han hecho patente esa complejidad. Los análisis simplistas y reduccionistas se han vuelto a todas luces insuficientes, no sólo para el erudito o el experto, sino para el común de la gente. Justamente los medios de comunicación, el progreso cultural, la información, han permitido a una gran parte de la ciudadanía constatar de modo inmediato, con los medios a su alcance –simplemente con la información diaria que ponen a su disposición la prensa, la radio o la televisión-, esa complejidad:

El simplismo y la demagogia, enemigos declarados de la moderación y del sentido del equilibrio, son el campo abonado para ese populismo autoritario, de uno u otro signo, que hoy campa a sus anchas, sobre todo en sociedades fácilmente manejables. Por eso, es tiempo de políticas y políticos comprometidos con los valores democráticos, que aporten compromiso genuino a la vida pública, es momento de personas centradas en el excelsa y suprema dignidad humana, que tengan mentalidad abierta, metodología del entendimiento y sensibilidad social.  Que trabajen desde la realidad, con la razón, conscientes de que el centro de la acción política, repito, está en la dignidad humana. Eso es moderación. Sin embargo, cuantos la ignoran o pretenden hacer un uso electoral de ella, cuantos.

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana