La historia de las ideas políticas enseña, entre otras cosas, que las ideologías cerradas, aquellas que se proyectan unilateralmente, sin contraste alguno,  sobre la realidad, provocaron gravísimas consecuencias para la humanidad. En efecto,  con sólo recordar lo acontecido, por ejemplo, en el solar europeo el  pasado siglo tenemos más que suficiente para comprender el peligro de estas visiones radicales que no traen más que desolación y muerte.
 
Hoy, en un mundo en profunda transformación, en un mundo en que los populismos están al acecho, observamos de nuevo una gran batalla ente la libertad y la igualdad, una polémica que, en lugar de plantearse desde el pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario, se intenta conducir desde el pensamiento cerrado, único, estático y de confrontación. En efecto, podría decirse que un rasgo que caracteriza al socialismo teórico sería la tendencia hacia la igualdad en detrimento de la libertad. Por otra parte, una señal de identidad del liberalismo radical será, a su vez, la conquista de la libertad en perjuicio de la igualdad.
 
Sin embargo, quienes pensamos que libertad e igualdad son conceptos que han de entenderse en clave de pensamiento abierto, dinámico, plural y complementario, nos encontramos ante el desafío teórico y práctico de que es posible comprender la libertad en la igualdad y la igualdad en la libertad. Para ello, nada mejor que afirmar que la libertad se puede, y se debe, conquistar desde un mínimum de condiciones vitales. La libertad y la igualdad, si se quiere, circulan por caminos diferentes aunque complementarios. Si hay talento, en la configuración de determinadas políticas públicas no tendrían por qué  colisionar ambos conceptos sino, más bien,  plantearse, insisto, en términos de compatibilidad. En materia de educación, tal afirmación es paradigmática.
 
Es verdad que los padres disfrutan del derecho de los padres a elegir el centro educativo para sus hijos. Es la consecuencia de la libertad educativa que proclama con claridad el artículo 27 de nuestra Constitución. El problema lo encontramos cuándo aparece el uso alternativo de la igualdad. Escribo deliberadamente uso alternativo porque no de otra manera me parece que ha de entenderse la apelación que ahora  a la  obligación de los poderes públicos por  privilegiar y discriminar positivamente la coeducación en detrimento de otras formas o modelos pedagógicos como puede ser, entre otros, la educación diferenciada. ¿Por qué, podemos preguntarnos, el Estado tiene que tomar partido por uno u otro modelo educativo cuándo la Constitución proclama el derecho fundamental de los padres a elegir el tipo de enseñanza de su preferencia para sus hijos?
 
Estamos ante el juego calculado de los promotores de la igualdad radical  para atentar contra la libertad. Algo muy antiguo y propio de las ideologías cerradas que hoy algunos pensábamos superadas. Pero no, la fuerza del prejuicio y del corporativismo más cerrado vuelven a agredir a la libertad  ante el pánico reinante a la competencia, frente a la competitividad razonable que ha de existir en un mundo plural en el que cada uno debe poder elegir el modelo educativo que estime preferente, por las razones que sean, para sus hijos. El que sea, sin más límites que el delito y su apología.
 
De esta manera, se mutila la libertad educativa pues se impide en la práctica que los padres puedan elegir otra educación que no sea el modelo único que, en definitiva, patrocinan quienes pretenden imponer desde el vértice un determinado esquema pedagógico. ¿De que serviría que muchos padres prefieran la educación diferenciada para sus hijos si resulta que dicha opción puede que no sea posible al ser tratada como una posibilidad de peor condición?. Si así fuera, se estaría atentando contra  la libertad educativa, libertad que podría ser ilusoria, cuando no utópica o irrealizable.
 
La libertad hay que facilitarla. Ese es, me parece, el sentido del artículo 9.2 de la Constitución cuándo cifra la tarea de los poderes públicos como  trabajo de promoción de la libertad y la igualdad de los ciudadanos y de los grupos en que se integran, removiendo los obstáculos que impidan su realización. El constituyente pensó que la libertad y la igualdad eran valores a promover de forma compatible. Porque, si la Constitución reconoce la libertad educativa, ¿es posible la igualdad ante la ley si una de las opciones a elegir aparece como de peor condición?.
 
Va siendo hora ya de que pensemos en un buen modelo educativo acorde con un Estado de libertades. Si no se garantiza la libertad de verdad, se contraviene la Constitución Que quede claro. La libertad no se reconoce sólo con grandes declaraciones. Es posible la mejor declaración de libertad y su liquidación práctica a manos de disposiciones dirigidas a desnaturalizarla. Es lo que podría pasar si no se busca con inteligencia, un entendimiento complementario entre libertad e igualdad.
 
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana