El espectáculo que está dando el partido republicano en los EEUU es digno de ser estudiado. Por un lado, es posible que un candidato sin el respaldo o el apoyo de la cúpula pueda salir adelante, algo que no debiera sorprender si es que se cree en que es el pueblo, los militantes y simpatizantes, el principal protagonista del quehacer político. Y, por otro, es posible que dentro de la misma formación se confronten distintas formas de entender y asumir los postulados ideológicos del partido republicano.  Otra cosa ciertamente, es el calibre de las barbaridades de las que hace gala Trump en sus intervenciones, seguramente estudiadas y calculadas para despertar a una relativa mayoría de ciudadanos cansados y hastiados de la política de lo políticamente correcto.
 
En efecto, Trump y el Tea Party, ahora encarnado por otro populista, Ted Cruz, responden en este momento a dos formas de concebir la ideología de los republicanos. Ambos populismos afirman que es menester reclamar a las élites el poder del pueblo del que se han apropiado estos años.
 
Claro, para Trump, empresario neoyorkino de la construcción, las élites las representan los políticos de la vieja escuela, aquellos que actúan dominados bajo la presión de lo políticamente correcto, aquellos burócratas acostumbrados a quedar siempre en la cúpula a base de mucha astucia y poco compromiso con los ciudadanos y que hábilmente evitan la discusión sobre problemas reales que preocupan a la gente pero que de hacerlo les conduciría a tener que tomar partido, algo de lo que hay que huir. Trump, dicn,  se presenta como el representante de todo aquello que piensa el pueblo llano pero que nadie se atreve a pronunciar. Fundamentalmente, pretende aparecer como el adalid de la actuación frente a la inanición en la que habitualmente vegetan no pocos representantes de la vieja política. Lo importante es hacer cosas, aunque repara en su categoría moral porque es un auténtico pragmático sin principios.
 
El Tea Party, ahora encarnado en la figura del senador Cruz, defiende a ultranza, como es sabido, un gobierno mínimo, la responsabilidad fiscal, el libre mercado y, por encima de todo, los valores sociales del ciudadano medio, norteamericano, objeto de ataque por las élites progresistas. Para el Tea Party, y especialmente para Ted Cruz, el estilo de vida a emular es de los pobladores de los pequeños pueblos del sur del medio oeste de los EEUU, justo el contrario de los modos y hábitos que caracterizan a los moradores de las grandes ciudades de la costa oeste. Frente a la opulencia de las grandes ciudades del Este, frente a los burgueses y acomodados estilos de vida de los habitantes de las poderosas ciudades del Este, contrastan los valores y tradiciones de los pobladores de estas pequeñas villas en las que se vive tranquilamente, sin grandes sobresaltos.
 
Obviamente, Trump procede de los urbanitas y no encaja en esta visión política e ideológica. Ni su tren de vida ni su peculiar trayectoria encaja con los criterios del Tea Party. Sin embargo, como no puede argumentar en esta dirección, ha encontrado como chivo expiatorio de su ritual populista y demagógico a los musulmanes, hispanos e inmigrantes a los que demoniza con ocasión y sin ella apelando a lo peor de la condición humana, a sabiendas de que hay muchos republicanos con escasa formación a quienes puede llegar por este camino.
 
En el partido republicano, a causa de la vieja política imperante estos años, ha emergido un peligroso populismo que reclama, de una u otra manera, que vuelvan las posiciones moderadas y razonables, que también las hay.
 
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana