Vivimos tiempos de radicalismo, de pensamiento único. A nivel internacional y a nivel nacional. Ha vuelto el prejuicio, y con él, ese odio y resentimiento que anidan tantos individuos. Por eso, entre otras razones,  se echa en falta la moderación, el equilibrio, la mente abierta, el pensamiento complementario y, sobre todo, verdadera sensibilidad social, no tanto oportunismo y populismo como vemos a diario, en una u otra orilla ideológica. La moderación, pues, vuelve a estar de moda.
 
Sin moderación no se ocupa el centro político. Sólo la moderación no basta, pero la moderación sola centra las posiciones, aproxima al denominado espacio del centro. La moderación es, entre otras cosas, un ejercicio de relativización de las propias posiciones políticas, pero sin renunciar a las convicciones. Las políticas radicalizadas, extremas, sólo se pueden ejercer desde convicciones que se alejan del ejercicio crítico de la racionalidad, es decir desde el dogmatismo que fácilmente deviene fanatismo, del tipo que sea.
 
Toda acción política es relativa. El único absoluto asumible desde el centro político es  el hombre, cada hombre, cada mujer concretos, y su dignidad. Ahora bien, en qué cosas concretas se traduzcan aquí y ahora tal condición, las exigencias que se deriven de ellas, las concreciones que deban establecerse, dependen en gran medida de ese “aquí y ahora”, que es por su naturaleza misma, variable.
 
La moderación, lejos de toda exaltación y prepotencia, implica una actitud de prudente distanciamiento, de asunción de la complejidad de lo real y de nuestra limitación. La complejidad de lo real no es una derivación del progreso humano, de los avances científicos y de la tecnología, por mucha complejidad que hayan añadido a nuestra existencia. Más bien los avances de todo tipo nos han hecho patente esa complejidad. Los análisis simplistas y reduccionistas se han vuelto a todas luces insuficientes, no sólo para el erudito o el experto, sino para el común de la gente. Justamente los medios de comunicación, el progreso cultural, la información, han permitido a una gran parte de la ciudadanía constatar de modo inmediato, con los medios a su alcance –simplemente con la información diaria que ponen a su disposición la prensa, la radio o la televisión-, esa complejidad.
El simplismo y la demagogia, enemigos declarados de la moderación y el sentido del equilibrio, son el campo abonado para ese populismo autoritario, de uno u otro signo, que hoy campa a sus anchas, dividiendo a las sociedades, inoculando lo peor de la condición humana. Es tiempo de políticas y políticos con capacidad, que aporten a la vida pública, que tengan mentalidad abierta, metodología del entendimiento y sensibilidad social. Casi nada
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana