En la historia de la humanidad, a lo largo de diferentes épocas y regímenes, encontramos expresiones que manifiestan la existencia del poder absoluto, de un poder al margen de los límites y del control. Por ejemplo, es bien conocida la frase de Seguismundo I:”soy el rey de Roma y estoy por encima de la gramática”. Y, en tiempos más recientes, no deja de sorprender lo que escribiera Miterrand: “régimen obliga: el poder absoluto tiene razones que la república no conoce” en un intento de justificar la existencia de zonas de inmunidad en el ámbito del poder ejecutivo.
“El poder es bien tenido cuando es el poderoso más amado que temido”. Este verso de López de Ayala nos pone en la pista de lo importante que es el ejercicio razonable del poder, el buen gobierno que, de ninguna manera, debe infundir en los ciudadanos la más mínima sensación de temor. Y, sin embargo, cuántas veces se cumple a la letra la máxima de Larra: “Te llamas liberal y despreocupado, y el día que te apoderes del látigo azotarás como te han azotado”.
Claro que hay límites innatos en el ejercicio del poder. No sólo existen las técnicas jurídicas del control de las potestades discrecionales. Existe toda una manera de entender el ejercicio del poder en una democracia que parte de la consideración ética. Es decir, el poder es un medio para realizar el bien de todos.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguez-arana