Estos días de la crisis de la pandemia del coronavirus el pensamiento único, fruto de las versiones ideologizadas, hace acto de presencia con inusitada potencia. Para unos, militar en determinadas opciones ideológicas inmuniza y garantiza frente a cualquier error o fallo que se pueda cometer y cuando de producirse, que no debiera acontecer en modo alguno, los responsables siempre son los mismos: los enemigos de toda la vida porque resulta que Cain era de extrema derecha y Abel de izquierda radical. Para otros, colaborar a resolver los problemas que existen con quien se considera que son la encarnación del mal, es imposible por temor al contagio.

En este contexto, el pensamiento compatible nos permite superar esas diferencias y apreciar que en la realidad se puede dar conjuntamente, y de hecho se da, lo que una mentalidad racional «matemática» nos exigía ver como opuestos. Es un imperativo ético hacer ese esfuerzo de comprensión que hoy obviamente brilla por su ausencia pues, para los contagiados por el virus de la “ideologitis” la presunción moral de superioridad y el monopolio del acierto completo son patrimonio, exclusivo y excluyente, de la izquierda radical.

Posiblemente el pensamiento, abierto y compatible, hoy tan necesario como impracticado, nos permitirá descubrir que realmente lo público no es opuesto y contradictorio con lo privado, sino compatible y mutuamente complementario, o que incluso vienen recíprocamente exigidos; que el desarrollo individual, personal, no es posible si no va acompañado por una acción eficaz a favor de los demás; que la actividad económica no será auténticamente rentable -en todo caso lo será sólo aparentemente- si al tiempo, y simultáneamente, no representa una acción efectiva de mejora social; que el corto plazo carece de significado auténtico si no se interpreta en el largo plazo; etc., etc. Que la norma no se opone a la libertad, sino que si es auténtica, justa, la potencia. En fin, que si la sociedad es capaz, por disponer de vitalidad y medios para ello, de asegurar condiciones para la realización de los derechos sociales fundamentales, entonces la subsidiariedad facilita su efectiva su efectiva realización. Sin embargo, para unos los enemigos son los empresarios y las iniciativas sociales, y para otros, la solución solo vendrá del reino de lo particular, del espacio con contaminado de lo burocrático y tecnoestructural.

Otro rasgo que debemos potenciar en este tiempo tan convulso es el pensamiento dinámico. Una modalidad de pensamiento que nos conduce a comprender que la realidad, más que ninguna la social, la humana, es dinámica, cambiante, abierta, y no sólo evolutiva, también preñada de libertad. Por eso debemos superar la tendencia a definir estáticamente, o con un equilibrio puramente mecánico, lo real, que no resistiría tal encorsetamiento sin sufrir una grave tergiversación. Hoy lo comprobamos al constar la incapacidad para reconocer los evidentes errores cometidos, por ejemplo, en la gestión administrativa de la contratación pública por parte de la Autoridad única sanitaria en nuestro país o en el desconocimiento de informes de autoridades mundiales de salud desde tiempo atrás sobre la necesidad de adoptar determinadas medidas que su juzgaron innecesarias. Decisiones de las que obviamente en una democracia y en un Estado de Derecho se responde ante el Parlamento y ante los Tribunales de Justicia, con argumentos políticos y con argumentos jurídicos respectivamente.

En fin, no más pensamiento único, no más pensamiento estático, no más pensamiento de confrontación, no más complejo de superioridad moral, no más ideologías cerradas. Y, sobre todo, compromiso con la realidad, con las personas concretas, con la dignidad real de los frágiles y desvalidos: con hechos concretos.

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana