En estos tiempos el pensamiento único se propaga desde las principales terminales mediáticas del poder político, económico, mediático y social. La diferencia, el matiz, la pluralidad, el debate y todo aquello que suene a diversidad no está muy de moda. Más bien, la propaganda del consumismo insolidario que hoy narcotiza con grandes resultados la conciencia de las personas, busca a toda costa imponer un modelo o esquema único de funcionamiento en el que el ser humano no sea más que una marioneta en poder de quienes ciertamente tomas las decisiones que afectan al orden mundial. Vivimos en una orquestada operación global dirigida a aborregar a los seres humanos que a diario nos bombardea con toda suerte de productos y ofertas caracterizadas por ese letal denominador común que se puede resumir con la expresión consumismo insolidario.
Ahora, con nuevos matices, desde el vértice se pretende imponer, por ejemplo, una determinada manera de comprender instituciones sociales tan relevantes como el matrimonio y la familia. La libertad de educación es un peligro si es que no se orienta en función de las consignas del mando. La muerte de seres humanos considerados no útiles o que están por ser alumbrados avanza a marchas forzadas. La libertad de expresión se tolera siempre que discurra por el carril adecuado. Es decir, estamos ante un deliberado y pensado programa de transformación social que busca imponer unas ideas sobre el ser humano, sobre la sociedad y sobre el mundo.
Para la implantación del pensamiento único, lo determinante es la educación. Por eso se intenta controlar los contenidos de los textos educativos con el fin de diseñar hombres y mujeres “nuevos”, ciudadanos cortados por el patrón del relativismo, la ausencia de pensamiento crítico y la total y absoluta dependencia del poder, sea éste de la naturaleza que sea.
Los tiempos que corren no son buenos para la libertad. La experiencia histórica demuestra, por otra parte, que de cuando en cuando la libertad es atropellada por iluminados y fanáticos que, con más o menos solemnidad, se consideran en poder de la verdad suprema .Aún en estos casos, la libertad, a pesar de todo, triunfa porque, pronto o tarde, la gente se despierta del sueño benefactor en que es sumido por los nuevos dirigentes y es consciente de que, efectivamente, la libertad hay que ganarla día a día, hay que conquistarla cotidianamente. No albergo duda alguna acerca de la calificación que los libros de historia otorgarán en el futuro a este oscuro y negro capítulo de la historia que nos toca vivir. Como tampoco tengo duda acera de la victoria de la libertad. La batalla “cívica” ha comenzado y se presenta apasionante.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc
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