Popper es uno de los filósofos más importantes que ha dado el siglo XX. No solo en lo que se refiere a la filosofía de la ciencia sino en el ámbito de la filosofía política en el que es bien conocida su defensa de la sociedad civil frente a todo totalitarismo, y cuya obra emblemática ha sido su nunca bien ponderada «La sociedad abierta y sus enemigos». Hoy, por cierto, de rabiosa y  palpitante actualidad.

En la primera parte de este libro libro Popper sostiene  que los que deforman la verdad no pueden ser demócratas. Por eso, cuando la democracia es relativista, lo que pasa, sólo basta con asomarse al mundo en que vivimos, es que se degrada el valor de la persona humana – guerras, pobreza, explotación, marginación, drogas, muerte provocada de inocentes – . Se elimina toda posibilidad de transcendencia, e incluso molesta que haya personas verdaderamente coherentes y comprometidas con la verdad. ¿ Por qué ? Porque el relativismo aspira a ser la única opción posible, de forma que toda actitud contraria molesta y debe ser atacada.

Si no se admite la transcendencia, se «trascendializan» los principios de la libre convivencia y lo que se desea de verdad es que dirijan la sociedad los grandes de este momento: el dinero, el triunfo, la fama, el éxito a cualquier precio. De esta manera, se tiene «secuestrada» a toda una importante mayoría de la sociedad, a la que se promete la salvación «mundana» a cambio de rendirse a una vida «sin esfuerzo» y «sin pensamiento». Prohibido pensar, prohibido esforzarse y prohibido comprometerse, como no sea con el relativismo y el permisivismo. Estas son algunas de las consecuencias de un planteamiento que ni quiere oír hablar de la verdad ni quiere oír hablar de compromiso.

Pues bien, en este marco la lógica del intercambio de los equivalentes es la lógica social dominante y se destruye la lógica de la gratuidad, de la generosidad o de la magnanimidad. Se elimina, por tanto, toda referencia a la virtud como si democracia y virtud fueran dos enemigos irreconciliables cuando resulta que sin virtud no es posible ningún sistema político, porque la virtud,  practicar el bien, necesita conocimiento fuerte, certeza. Sin ella no tendremos razones, además, para defender la democracia. Casi nada.

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana