¿Qué es España? Una realidad histórica incuestionable. Su impronta en la cultura y en la civilización universal se puede considerar  en términos históricos imborrable. Su presencia en el campo de la comunicación, de la ciencia, de la creación artística, del comercio y de los negocios, es determinante de amplios aspectos de la realidad de la humanidad del mundo presente, y es evidente que por muchos siglos. Pero esto es lo que quiero destacar- esa presencia española se hizo y se hace real por españoles de toda procedencia: castellanos, andaluces, manchegos… pero también, y de qué forma tan destacada- por catalanes, vascos y gallegos, por señalar algunas colectividades bien representativas. Es decir, no se trata del comportamiento de pueblos sometidos, sino de pueblos activos, comprometidos y protagonistas de la historia española.

 
España es también una realidad política de profunda raigambre. Esas  raíces no son otras que las del Estado de Derecho. Puede ser que con frecuencia olvidemos que, aun siendo la democracia un régimen crecientemente difundido  -lo que en cierto modo es indicativo del progreso de la humanidad -, en pocos lugares del mundo se asienta sobre cimientos tan sólidos de respeto a la persona, de tolerancia y de convivencia como en España. La impronta histórica en la conformación de las libertades tiene, aunque pueda sorprender, origen español. ¿Es qué la influencia, por ejemplo, del Justicia Aragón no ocupa ya, por derecho propio, un lugar sobresaliente en la historia de la conquista de las libertades?.  ¿No se ha probado ya, con documentos irrefutables, que las doctrinas de aquellos insignes profesores de la centenaria Universidad de Salamanca como Vitoria o Suárez, entre otros, tuvieron una determinante relevancia en la lucha por la dignidad del ser humano y en la construcción del consentimiento de los ciudadanos como fundamento del ejercicio del poder político?.
 
Por eso, paralelamente a esa condición o como fundamento de ella, se puede afirmar que España es, ha sido con sombras de todos conocidas, un territorio de libertades, bien a pesar de que últimamente se perpetren algunos asaltos que están en la mente de todos. Somos muchos los que nos sentimos orgullosos  de nuestro país, porque a nadie se le impone un modo de pensar, porque cada persona se manifiesta como le parece adecuado, dentro del marco legal establecido por el acuerdo de todos los españoles, porque aun habiendo profundas disparidades políticas  puede ser que no tan graves como a veces se pintan- estamos abiertos al diálogo y al entendimiento, y la tolerancia es una de nuestras marcas distintivas. Vivimos en un país de libertades, conquistadas y afirmadas día a día por mujeres y hombres libres. Sin embargo, desde no hace mucho me temo que, bajo los postulados del oportunismo, se estén dilapidando esas magníficas condiciones para esa apasionante lucha por la libertad y la tolerancia.
 
Como consecuencia de esa libertad,  en ocasiones lesionada por las tecnoestructuras de todos conocidas, España se presenta a sí misma, como un marco de integración de lo diferente, un marco de integración libremente asumido. Es cierto que la pertenencia a España es rechazada por algunos nacionalistas, aquellos más dominados por sus presupuestos ideológicos, que lo que quieren es la desintegración de ese marco. Pero mayoritariamente los españoles pretendemos hacer compatible la afirmación de nuestra identidad que cuenta no sólo con lo que nos diferencia, sino también con lo que nos une- con la integración política en ámbitos superiores de convivencia. Por eso defendemos esta España que se nos presenta unida y plural. Si esto es así, como parece, ¿por qué construir un argumento basado en la verdad, en lo que hemos sido, en lo que somos, y en lo que podemos llegar a ser?.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.jra@udc.es