Los partidos políticos deben reformarse. Para adecuarse realmente al mandato constitucional que reclama democracia interna. También porque la percepción ciudadana es la que es. Y, sobre todo, porque en la hora presente, en el marco de una crisis política de colosales consecuencias, la desafección y distancia que caracteriza las relaciones entre ciudadanos y políticos, entre la sociedad y la política, plantean nuevos esquemas de trabajo y de funcionamiento de estas instituciones. El 20-D, para las formaciones tradicionales, es asunto urgente y grave.
La progresiva pérdida de afiliados de los partidos es una realidad, especialmente en los partidos de siempre. Un hecho que redunda en la crisis de la financiación. Hoy, tras lo que acontece, el sistema de financiación de los partidos debe mudar sustancialmente. Probablemente, hacia el modelo alemán, en el que tal cuestión se externaliza y se deja en manos de profesionales ajenos al partido. En todo caso, la financiación pública es un problema. Y, si se reduce o se elimina, es posible que los partidos queden en manos de minorías multimillonarias que manejen estas instituciones según sus propios intereses.
De otra parte, la renuncia de muchos partidos a sus ideas, a sus señas de identidad, por variadas razones, es otro no pequeño problema. En efecto, la profunda desideologización que están sufriendo los partidos, convertidos en eficaces maquinarias para la obtención de cuantos más votos mejor a través de toda suerte de sistemas y métodos, está también en la base de la profunda crisis política que nos embarga en este tiempo. Los idearios se usan si conviene, y si no resultan útiles se cambian sin siquiera consultar a las bases de las formaciones.
Es decir, es menester proceder a reformas que faciliten la democracia en la organización y funcionamiento de los partidos. Algo sencillo si hubiera voluntad para ello y algo que necesariamente debería ser acordado entre todos los partidos. Sin embargo, estos días asistimos impertérritos, a un lado u otro del espectro político, a formas y metodologías de elaboración de las listas electorales que confirman en autoritarismo y personalismo que todavía pervive, a pesar de los años, en estas instituciones.
Precisamos reformas de calado. Pero, por lo que se ve, los actores políticos en términos generales, casi todos, no están por la labor. Prefieren blindar su poder por encima de cualquier otra consideración. Sin embargo, a pesar de los pesares, precisamos partidos democráticos en los que la militancia participe de verdad en la elección de los dirigentes y principales candidatos a cargos electos.
Estas reformas son urgentes. Primero, porque no todo es economía. Y segundo, porque es menester regresar a las ideas y al contraste de diferentes puntos de vista sobre la realidad en lugar de encastillarse en aventuras tecnoestructurales. Sin ideas la política deja de ser lo que es, lo que debe ser y se convierte, se ha convertido lamentablemente, en una lucha sin cuartel en la que los ciudadanos son la excusa para lo inexcusable. El 20-D manifiesta a las claras la necesidad de reformas de calado en los partidos tradicionales. Ya no es de recibo que a los líderes los designen minorías dirigidas ni que se pueda pasar por alto o, peor, lesionar, por los dirigente los idearios de los partidos.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es
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