“Los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la Ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos.”
 
Probablemente a más de un lector este precepto constitucional le resulte familiar. No es para menos porque justamente constituye el texto literal del artículo  6 de la Constitución española de 1978. Es decir, la Carta Magna ha señalado unos objetivos o criterios que deben caracterizar la vida de los partidos políticos. Criterios  que se resumen en la búsqueda del pluralismo como manifestación de una opinión pública diversa,  en la participación como cauce esencial para promover la presencia del pueblo en la vida pública y  en la democracia como elemento básico que configura la vida interna y externa de los partidos políticos.
 
Ciertamente, las viejas políticas centradas en el control férreo de la organización  que impide la participación y que utiliza el aparato en beneficio propio no están superadas.  No hay más que ver como todavía se elaboran las listas electorales en casi todos los partidos. Las nuevas políticas, sin embargo, plantean que la ciudadanía, la militancia sobre todo, esté en el corazón y en el centro de la vida partidaria. Algo que debiera empezar a presidir las reformas necesarias que los partidos han de encarar en los nuevos tiempos. Reformas que debieran llevar a una mayor presencia de la militancia, por ejmplo, en la elección de la dirección del partido, a la apertura de las listas electorales, a la obliatoriedad del trabajo territorial de los diputados con horarios bien concretos y conocidos por el pueblo, a abrir los órganos de regulación y control a la sociedad, a la consulta permanente a los militantes acerca de las principlaes decisiones a doptar en el futuro.
 
A punto de cumplirse los cuarenta años de la Constitución es desconocido en la mayor parte de las formaciones partidarias, dirigidas con mano de hierro por tecnoestructuras obsesionadas con el control y conservación, como sea, del poder. La democracia en los partidos, como en el conjunto de las instituciones, es, desde luego, una exigencia del modelo del Estado de Derecho en que vivimos. La realidad todos sabemos cual es. El prestigio social de los partidos todos sabemos cual es, como todos sabemos también  muy bien, sólo hay que consultar las encuestas a nivel planetario, el grado de influencia de los partidos en la corrupción existente en el mundo y la desafección reinante en un panorama en el que la militancia abandona las formaciones partidarias, que vez con menos afiliados como es lógico.
 
Las reformas en los partidos tradicionales llegarán  antes o despues porque la ciudadanía en general empieza a percibir que los políticos se han ido apropiando poco a poco de  un poder que no sólo no es de su propiedad sino que pertenece por derecho propio al pueblo. Las reformas para regenerar la democracia son urgentes. Llevamos demasiado tiempo hablando de ellas sin hacer nada. Ahora, en España, tras las eleccones del 20-D, los partidos, especialmente los tradicionales, tienen ante si la oportunidad de abrirse a la sociedad, de dar mayor protagonismo a la militancia.
 
En la vida social, cultural económica, también y sobre todo en la deportiva, suele triunfar siempre, o casi siempre, quien gana la posición, quien toma la iniciativa, quien se arriesga. Y suele perder, el tiempo lo certifica, quien se encierra en el castillo, quien tiene miedo al debate, quien, en definitiva, tiene pavor al riesgo. Solo es cuestión de tiempo.
 
 
 
Jaime Rodríguez-Arana Muñoz
Catedrático de Derecho Administrativo