Suele decirse que los tiempos de crisis son tiempos propicios para reformas. Para  reformas de calado, para  reformas de fondo. Precisamente porque algo serio no funciona, ordinariamente la causa de la crisis, es por lo que es fundamental trabajar sobre los cimientos, sobre los pilares en los que descansa todo el edificio. Un edificio, un sistema, que tiene distintas dimensiones: la política, la financiera, la económica, la social, la cultural. Aspectos todos ellos que tienen un epicentro con dos caras. El Estado de Derecho y la democracia.
Cuándo pasen los años y nos sacudamos el dominio de lo políticamente correcto, la dictadura dela mediocridad y, por ende, del control social, entenderemos mejor que estos años de crisis deberían animarnos a reformas en profundidad. Sin embargo, hoy por hoy lo que contemplamos son ingentes y titánicos esfuerzos en lo formal y nada, o muy poco, en lo material, en lo sustancial. Me explico, resulta que se reclama a la mayoría un gran sacrificio en aras de la reducción del déficit y de la deuda pública y lo que cosechamos es el pódium de estos parámetros a nivel europeo. Se suben los impuestos a los que menos tienen y las retribuciones de los directivos de las grandes compañías no paran de crecer. Se reducen los salarios, tanto en el sector público como en el privado, pero el número de empresas, fundaciones y sociedades públicas no se ajusta, no se racionaliza.
Las reformas que precisamos, insisto, deben llegar a los fundamentos del sistema político. La separación de poderes, muerta hace algunos años, debe ser restaurada. El Estad de partidos en que se ha tornado nuestro régimen político debe dar paso a unas formaciones más abiertas a la sociedad en las que los líderes se elijan por sufragio universal y secreto de los militantes, en las que los candidatos a cargos electos se elijan por el mismo procedimiento en el seno de estas organizaciones. Igualmente, los cargos institucionales deben acudir a dar cuentas a las sedes de partido de sus decisiones. Y, por supuesto, los militantes y afiliados deben tener una participación real, no a través de comisarios, en la conformación del ideario de la formación. Y cuándo éste se vaya a modificar, la voz y opinión de los dueños del partido debe ser escuchada y muy tenida en cuenta. Los tiempos en que los partidos eran cortijos de ciertas tencoestructuras debe pasar a la historia.
En el mismo sentido, las reformas también alcanzan a lsa bases del sistema económico y financiero. La sociedad anónima debe ser revisada en sus mismos fundamentos. Las magnitudes micro y macroeconómicas en la vida empresarial deben ser complementadas con otros factores como pueden ser la sensibilidad social, la participación, la rendición de cuentas o, entre otros, el comercio justo.
En fin, poniendo parches se pueden resolver problemas momentáneos y puntuales. Pero al poco tiempo volveremos a las andadas. Es lo que está pasando de nuevo con los productos financieros en los EEUU. Según el director de asuntos monetarios del FMI, el español José Viñals, los fondos de pensiones y aseguradoras vuelven a posiciones de alto riesgo, cada vez hay emisiones de baja calidad por parte de las empresas y proliferan, otra vez, productos financieros complejos, como antes de la crisis.
Pregunta. ¿Por qué no somos capaces de afrontar reformas pensando en los ciudadanos, que sean duraderas y estables?. Por una razón que el lector conoce muy bien y que tiene que ver con el profundo “desapego” que determinados dirigentes de este tiempo tienen a sus cargos. Ni más ni menos.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es