Es verdad, quien podrá dudarlo, que Mateo Renzi domina hoy la escena política europea a causa de su desparpajo, de su falta de complejos, de su claridad, y, por qué no, de su moderación. Viene de la izquierda pero no desde esa izquierda de salón, moqueta o de cátedra que se cree superior moral e intelectualmente a cualquier otra ideología y que vive presa de dogmatismos y prejuicios del pasado.
Es verdad que lleva poco tiempo al timón de la nave del gobierno pero desde que fue nombrado por Napolitano y refrendado por el Parlamento no ha hecho más que concitar interés y, de paso, el 25 de mayo, en las elecciones europeas, neutralizar al populismo y quedarse con un buen puñado de votantes de la derecha. Casi nada.
Hace unos días cayó en mis manos una entrevista con Renzi en la que hablaba con una determinación y valentía que ahora, en un mundo carente de líderes, llama poderosamente la atención. En este sentido señalaba que si hacía las reformas proyectadas y mantenía el diálogo con la calle, con las personas, con los ciudadanos, desactivaría el populismo. Claro está, como apostilla, siempre que se trate de reformas creíbles, humanas, diseñadas para la ciudadanía. Y, sobre la caída del populismo y de la derecha el 25M, su moderación resulta proverbial, al menos en la expresión: si la política se vuelve a encerrar en los palacios habremos perdido(…), si no hubiésemos hecho una campaña electoral en medio de la gente, a cara descubierta, la gente no nos habría votado como ha acontecido en otros países(…), parto del presupuesto de no ignorar ni a Grillo ni a Berlusconi porque la típica actitud de la izquierda de superioridad moral e intelectual, típica de los salones radical chic, que a menudo inspiran también a los medios italianos, no se corresponde con la realidad de nuestro país(…) me gustaría que las reglas que estamos reescribiendo las hiciéramos juntos.
Renzi hace gala con estos comentarios de que es un político nuevo que huye del radicalismo. En efecto, los políticos radicalizados tienen la convicción de que disponen de la llave que soluciona todos los problemas; que poseen el acceso al resorte mágico que cura todos los males. Esta situación deriva de la seguridad de poseer un conocimiento completo y definitivo de la realidad, y siendo consecuentes –la coherencia de las posiciones ideológicas es la garantía de su desmesura- se lanzan a una acción política decidida que ahoga la vida de la sociedad y que cuenta entre sus componentes con el uso de los resortes del control y dominio a que someten el cuerpo social.
La política centrista, en cambio, es, por definición, moderada. El político de centro respeta la realidad y sabe que no hay fórmulas mágicas. Por supuesto que sabe qué acciones emprender y sabe aplicarlas con decisión pero con la prudencia de tener en cuenta que la realidad no funciona mecánicamente. Es consciente de que un tratamiento de choque para solventar una dolencia cardíaca puede traer complicaciones serias en otros órganos.
La moderación no significa medias tintas, ni la aplicación de medidas políticas descafeinadas ni tímidas, porque la moderación se asienta en convicciones firmes, y particularmente en el respeto a la identidad y autonomía de cada actor social o político, es decir, en la convicción de la bondad del pluralismo. Por eso la política de centro es una política moderada, de convicciones y de tolerancia, no de imposiciones. Más que vencer le gusta convencer.
Moderación y reformismo aparecen como uno de esos pares autocompensados. El afán reformista tendrá siempre el límite que le impone la carencia de un modelo social previamente establecido y la percepción clara de que todo proceso de reforma es siempre un proceso abierto, porque no hay nadie que tenga en la mano la llave para cerrar la historia. Y por otra parte el equilibrio es garantía de moderación. Renzi parece caminar por esta senda. El tiempo nos dirá si pudo terminar su obra política o si se encastilla en la prepotencia y desprecia al común de los mortales.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es