La profunda crisis económica y financiera que ha sacudido en este tiempo a naciones, empresas y personas es, seguramente, trasunto de una honda crisis general, también de orden político, cultural y moral. El 20-D los españoles han castigado claramente a las opciones tradicionales y han empezado a apostar por otras perspectivas, que sumadas a la abstención, plantean cambios y transformaciones de calado en la vida política, económica, social y cultural de nuestro país.
Por una parte, como todos sabemos, en estos años de crisis económica y financiera ha fallado la necesaria intervención pública que ha de garantizar racionalidad y objetividad en los mercados financieros. Por otra, la pretensión de autorregulación del mercado ha originado una serie de prototipos y productos financieros fundados en la codicia que ha hecho añicos la confianza y buena fe en el sistema económico. Desde luego, los bancos, en términos generales, se han lanzado a una vorágine de la que han salido malparados, aunque “rescatados” con el dinero de todos. En efecto, los dirigentes políticos, que precisan de financiación para sus campañas y demás actividades, han procedido, sin el concurso del pueblo, a rescatar unas instituciones que no han sido bien dirigidas, que han caído presas de la especulación. El mercado sin límites es la selva, la ausencia de reglas, la codicia en estado puro. La regulación pública sin autoridad, sin medios adecuados e integrada por personajes que poco o nada tienen que ver, en algunos casos, con el objeto de su actividad, ha fracasado estrepitosamente.
Por todo ello, es necesario trabajar sobre las causas de la crisis. Es menester construir un nuevo modelo de regulación que pueda funcionar realmente, que no se quede atrapado por los cabildeos del sector privado o del sector político. Las instituciones financieras han de abrirse a nuevas funciones sociales. El sistema económico, en sí mismo, y su institución central, la sociedad anónima, han de sufrir profundas transformaciones.
En materia política, las reformas son obvias. Desde listas abiertas para que la ciudadanía participe de verdad en la elección de los candidatos hasta un nuevo espaldarazo a la separación de poderes, pasando por mayores prácticas de consulta a los ciudadanos en materias de relevancia general. ¿Es que no ha llegado el momento de un nuevo sistema electoral?. ¿No es tiempo ya de incluir los derechos sociales fundamentales en la Carta Magna?.  ¿No es menester desarrollar en sede constitucional esa inexistente democracia interna que debe presidir la vida de los partidos, sindicatos y demás instituciones de interés general?. ¿No es posible mejorar el sistema autonómico reforzando los principios de cooperación o solidaridad diseñando un modelo administrativo que permita un mayor autogobierno en el marco de los intereses generales propios de Autonomías y Entes locales?.¿Cómo es posible, por ejemplo, que el pueblo haya sido obligado a pagar el rescate de los bancos sin haberse escuchado su opinión?. ¿Por qué tan pocas apelaciones a la voz del pueblo en materias relevantes para la vida de los españoles?.  En fin, ¿por qué no se pregunta a la ciudadanía si a día de hoy está de acuerdo con la Constitución de 1978 o quiere cambios y transformaciones?.
En otras materias, como la educativa, la necesidad de cambios sustanciales es obvia. Se precisa un gran pacto también en materia territorial. Por supuesto que la justicia debe ser despolitizada y el sistema económico abrirse a mayores espacios de solidaridad. El Tribunal Constitucional debe ser modificado en su composición y el Fiscal General del Estado, así como los órganos de control y supervisión, disponer de cotas de autonomía e independencia reales y razonables.
Un párrafo para el tema electoral. Una cuestión fundamental que está ante nuestros ojos, por supuesto para quien la quiera observar, es la falta de capacidad del ciudadano para influir en los representantes políticos. Primero, porque éstos no tienen ordinariamente el hábito de estar efectivamente a disposición de los electores. Y, segundo, porque el sistema proporcional  impide prácticamente la comunicación entre unos y otros. El mayoritario es más próximo a la representación directa, pues el elegido representa a un gran número de personas, que tienen opiniones bien diferentes y distintas en tantas materias. El problema es que promueve el bipartidismo, hoy por cierto, tras el 20-D, en franca decadencia. El sistema alemán, o sistema mixto, bien interesante por cierto, ofrece al elector dos votos: uno para las formaciones políticas y otro para su representante directo. Este modelo, de aplicarse entre nosotros, traería consigo una profunda reforma de los partidos ya que las listas cerradas pasaran a la historia desbloqueándose para dar preferencia a dirigentes que, por sus cualidades personales y políticas, tienen especial atractivo en determinados espacios territoriales. En el Reino Unido, los dirigentes centrales de los partidos poco, muy poco, tienen que ver con los candidatos que presenta la formación en las distintas circunscripciones. Por una obvia razón: el diputado no responde, como aquí, ante el jefe de filas, a quien procura contentar, con ocasión y sin ella, en lugar de estar pendiente de la mejora de las condiciones de vida de los electores. Responde ante el pueblo soberano. Este sistema de voto preferencial del sistema mixto podría animar a personas de relieve y prestigio a colaborar en política, que entonces sería una actividad más abierta, no cómo ahora que está en poder de los llamados funcionarios de partido.
Las soluciones son integrales y multidimensionales. Si nos quedamos de nuevo exclusivamente en la dimensión económica, en poco tiempo volveremos a las andadas porque la crisis económica y financiera es de hondo calado y afecta al sistema político y la cultura cívica.  Estas soluciones tienen, a mi juicio, un denominador común. Devolver a las personas de carne y hueso, al pueblo soberano, la primacía en el sistema. Una primacía de la que se han apoderado, de una orilla o de la otra,  quienes pensaban que a través del consumismo insolidario se podía narcotizar al pueblo y tenerlo dominado. Hoy, sin embargo, la gente empieza a despertarse –ahí está el 20-D- del sueño de control y manipulación en que estaba sumida y reclama su posición medular en el sistema. Ojala que los cambios que se avecinan se orienten en la buena dirección y sirvan para mejorar el sistema político y económico. Nos jugamos mucho en ello.
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es