El esfuerzo moral, el trabajo que nos convierte en personas, consiste en perseverar en las obligaciones y en los deberes . No merefiero a cumplir unas reglas, a ejecutar unos protocolos preestablecidos, a realizar estas o evitar aquellas otras acciones. No, no hay fórmulas, no hay recetarios, no hay  estándares en la vida moral.
 
 
Formar la propia conciencia, el propio criterio es una tarea eminentemente y profundamente personal. Somos nosotros, cada uno –todos, porque esto no es sólo cosa de jóvenes- quienes debemos buscar por nosotros mismos con toda la libertad los grandes ideales morales, o acudir a quien nos ofrece la confianza suficiente para que nos los muestre. Y aguzar el entendimiento y disponer el corazón para descubrirlos. Pero ha de procederse con prudencia, porque aquí no valen trucos ni atajos: el descubrimiento –supongo que para todos nosotros el “redescubrimiento”- de los principios morales no significa construirlos a nuestro antojo o acomodarlos a nuestra condición, esa búsqueda debe estar regida por una actitud moral imprescindible, la rectitud.
 
Avanzar en el conocimiento propio es otra tarea ética para toda una vida, como bien observaron los antiguos. Ayudar a que los educandos avancen en el conocimiento propio, es tarea que debe ejercitarse, tanto por parte de los educadores como por parte de los alumnos, a sabiendas de que todos llevamos un pequeño doctor Jekyll en nuestro interior, pero tan ruin que, comúnmente, más que aterrarnos debe hacernos reír, de tan ridículos que podemos llegar a ponernos. Quiero decir que los que son educados deben recibir una ayuda tendente a mostrarles que no deben tomarse demasiado en serio a sí mismos, que probablemente lo suyo –al igual que lo nuestro- es más de comedia que de tragedia. Por lo tanto, ante el mal moral, que indefectiblemente se hará presente para el común de los mortales, debe evitarse tanto el acostumbramiento como el escándalo.
 
En un cierto sentido, lo que pase puede ser tremendo, pero también es verdad que nunca pasa nada. Todos los caminos humanos son caminos de ida y vuelta. Siempre cabe la posibilidad de rectificar, de volver a la cordura. Lo que no podemos pretender es hacer que los nuestros, aquellos sobre los que tenemos algún tipo de ascendiente, permanezcan en la cordura, constreñidos, agobiados, forzados, siempre y por toda la vida. No hay posiblemente mayor locura, quizás ni siquiera la de considerar que todo está bien, que todo vale.
 
Y a partir de ahí, de estas consideraciones, con una confianza fundada, pero no ilusa, en el poder del bien, que el educando juzgue en cada caso lo que le conviene. No pretendamos ahorrarle el “mal trago” de la elección. La experiencia irá enriqueciendo su juicio. La experiencia también aquí es la madre de la ciencia.
 
JaimeRodríguez-Arana
@jrodriguezarana