La profunda crisis económica y financiera que en este tiempo causa tantos trastornos a tantas personas en todo el mundo, especialmente en la denominada civilización occidental, reclama análisis, comentarios, estudios y consideraciones que vayan al fondo de la cuestión.
En efecto, el mercado, como la misma intervención del Estado, han fallado, y no poco, en la etiología y desarrollo de la crisis. Que el capitalismo en este tiempo se haya dejado conducir por el imperio del máximo beneficio a corto plazo con olvido de otros aspectos de la actividad empresarial es una realidad. Igualmente, que la intervención del Estado, en forma de vigilancia, supervisión, control o regulación ha fracasado, no requiere demasiados comentarios.
Hoy me interesa centrarme en el lado del mercado, en la libertad económica, en la ley de la oferta y la demanda. En este sentido, tanto al principio de la crisis como en su desarrollo y, esperemos, en la recta final, no son pocos los que solicitan acertadamente una refundación, una reinvención del capitalismo. No puede ser, de ninguna manera, que el objetivo de una empresa, su única ambición, sea maximizar a como dé lugar el beneficio. El beneficio empresarial no sólo es legítimo sino necesario para crear riqueza, para fomentar la creatividad, la innovación, para crear empleo. Quién podrá dudarlo. El problema radica en una cuestión de naturaleza moral: una empresa no es una institución que hay que, permítaseme la expresión, ordeñar para sacarle todo el jugo, usando a los trabajadores como objetos de usar y tirar. No es ético dejar al margen de los beneficios a quienes contribuyen a su consecución. No es razonable someter a los trabajadores a horarios y formas de trabajo indignos, como no es moral que los dirigentes se embolsen pingues beneficios cuándo la empresa no da resultados positivos. Esta es la cuestión, cómo recuperar un sentido humano de la empresa en la que todos, propietarios, gerentes, trabajadores, sindicatos, proveedores, clientes… crezcan armónicamente y en un contexto de desarrollo solidario.
Hace algún tiempo días leí en la prensa unos comentarios de un singular empresario inglés, el fundador del grupo Virgin, Richard Branson, en las que afirmaba que la crisis actual constituye un momento magnífico para innovar y mostrar el espíritu emprendedor que todos llevamos dentro. Para este controvertido empresario, lo que nos ha perdido es el afán por el máximo beneficio a corto plazo, que es una consecuencia del capitalismo salvaje, no de un sistema de libertad económica razonable. Según Branson, tenemos que ir más allá de la austeridad de manera que el gobierno haga causa común con los empresarios y los trabajadores, estimulando la creación de nuevas compañías, explorando soluciones para que el paro no siga aumentando, compartiendo el trabajo. Mucha gente, afirma Branson, firmaría si se le da la opción de trabajar tres o cuatro días a la semana si es por salvar el puesto de trabajo de un compañero.
El capitalismo en estos últimos tiempos, dice Branson, ha perdido el camino porque muchas empresas se han olvidado de su papel en el largo plazo. Las personas son lo importante. Nos hemos olvidado de la centralidad del ser humano, cualquier que éste sea, y hemos subrayado el beneficio por encima de todo. Según Branson, hay que humanizar el capitalismo y acabar con la idea de que una cosa es hacer el bien y otra hacer negocios. Este polémico empresario, una de las principales fortunas del Reino Unido, reinvierte, como es sabido, los beneficios en actividades de mejora social que, más adelante, le proporcionan, es lógico, cuantiosas utilidades. Los beneficios de su aerolínea los dedica a las energías limpias, en concreto buscando un nuevo combustible para sus aviones a partir de los desechos industriales. La conexión entre emprendedores sociales y empresariales, según Branson, funciona, y de qué manera.
En su reciente libro sobre la crisis económica y financiera apela a la creatividad, al ingenio, a la iniciativa, a combatir el pesimismo: la prueba y el error son magníficos métodos de aprendizaje. Es decir, el capitalismo debe ser reinventado desde sus principios, apostando por el pensamiento abierto y complementario, desde la centralidad del ser humano y buscando nuevas formas de generar riqueza en las que el ser humano crezca como persona. Desde luego si no nos arriesgamos y no tomamos iniciativas, las cosas seguirán como hasta ahora. Más o menos conocemos las causas de lo que nos ha pasado.
Estos días nos hemos enterado de que un becario de una institución financiera de la city londinense falleció después de trabajar 72 horas seguidas. Al hilo de la noticia, salen a la luz algunas de las condiciones laborales de la nueva esclavitud a que nos conduce este sistema capitalista que tenemos: semanas de 110 horas laborales, suicidios desde una famosa azotea por no seguir el ritmo marcado por los patrones, consumo de sustancias para mantenerse en el circuito…
¿Hasta cuándo será posible mantener este perverso sistema económico, político y social en el que unos pocos, a través de sutiles estrategias de manipulación, consiguen mantenerse en el poder mientras millones de ciudadanos miran para otro lado. Esa es la pregunta. La solución depende de nosotros.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es