El 24-M, más allá del pensamiento bipolar, invita a los actores políticos y sociales a nuevas formas de ejercicio de la política más humanas, más centradas en los problemas reales de los ciudadanos. Políticas definidas por la mentalidad abierta, la capacidad de entendimiento y la sensibilidad social. Políticas que se asienten sobre la realidad contando efectivamente con la participación social y que se expresen desde la racionalidad y la transparencia. Políticas que aspiran a que la dignidad del ser humano deje de ser una doctrina filosófica y se convierta en un principio pleno de eficacia real.
En efecto, la sensibilidad social, la actitud solidaria, deriva del principio de la centralidad de la persona también en política. Perspectiva que permite conducir la proa de la nave política a la búsqueda las soluciones reales a las cuestiones colectivas y a orientar las decisiones en los ámbitos de la cooperación, de la convivencia, de la integración y de la confluencia de intereses. En este contexto, la persona y su dignidad son la clave y la guía que conduce a la gran tarea de democratizar la democracia, algo necesario y urgente en este momento que quienes emergen con fuerza el 24-M han sabido intuir.
La sensibilidad social, según como la entiendo, implica colocar con todas sus consecuencias a las personas en el centro del orden social, político y económico. Cuándo ello así acontece, la acción política se dirige de manera comprometida a prestar servicios reales al pueblo, a atender los intereses generales reales, a escuchar de verdad a la ciudadanía. Ello implica necesariamente el entendimiento con los diferentes interlocutores para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.
Ahora bien, esas prestaciones, esos servicios no son un fin sino un medio para alcanzar mayores cotas de bienestar general e integral para el pueblo. Son un medio para la mejora de las condiciones de ejercicio de la libertad solidaria de las personas, no son un sistema de captación de voluntades. En este punto veremos si efectivamente los nuevos movimientos sociales surgidos el 24-M son capaces de resistir la tentación del uso clientelar del poder y su acción se dirige, sin excepción, a favor de quienes más precisan protección social, sea cual sea su filiación ideológica o política.
Las prestaciones sociales, las atenciones sanitarias, las políticas educativas, las actuaciones de promoción del empleo, son bienes de carácter básico que un gobierno debe poner entre sus prioridades políticas, de manera que la garantía de esos bienes se convierta en condición para que la sociedad libere energías que permitan su desarrollo y la conquista de nuevos espacios de libertad y de participación ciudadana. Veremos si los nuevos movimientos que surgen con fuerza el 24-M son capaces de apostar por una sociedad fuerte, libre de ataduras o corsés o si, como algunos apuntan, mantienen los prejuicios de la vieja política. Lo importante no es quien presta los servicios, sino que estos sean de calidad, que mejoren las condiciones de vida de las personas.
Las prestaciones públicas constituyen el entramado básico del llamado Estado del bienestar, modelo que poco a poco va camino de su desaparición salvo que nos convenzamos de que no es posible mantenerlo en el dique del pensamiento cerrado y estático y lo llevemos a las aguas claras del pensamiento abierto y dinámico. ¿Cómo es posible seguir defendiendo la subvención como fin, cuándo es uno de los mayores atentados al progreso social cuándo se maneja desde la perspectiva clientelar?.
En efecto, cuándo el Estado de bienestar se toma como un fin en sí mismo, los Poderes públicos se reducen al papel de suministradores de servicios, con lo que el ámbito público se convierte en una rémora del desarrollo social, político, económico y cultural, en lugar de su catalizador o impulsor. En este ambiente se dificulta el necesario equilibrio para la creación de una atmósfera adecuada para el libre y solidario desarrollo de las personas y de las asociaciones, levantándose una estructura estática y cerrada que priva al cuerpo social del dinamismo necesario para propiciar la libertad y la participación de la gente.
Las prestaciones, los derechos, tienen un carácter dinámico que no puede quedar a merced de mayorías clientelares, anquilosadas, sin proyecto vital más allá de la reivindicación del derecho adquirido o de la conservación de la posición. Cuándo ello acontece, se olvida que las prestaciones sociales se justifican en la medida que se incardinan en el bienestar general e integral de la gente, o, si se quiere, en la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos.
Estas y otras ideas debieran ser objeto de las nuevas políticas a practicar a partir del 24-M. Sin embargo, aunque soy de los que albergo razonables esperanzas en que las cosas cambien, en que la política vuelva a ocupar el lugar que le corresponde, quisiera sacudirme el escepticismo que me invade cuando escucho, una y otra vez, que solo desde lo público es posible hacer política. Hoy, sin embargo, pienso que la gente lo que pide es que la política sea un ejercicio razonable y humano de mejora de las condiciones de vida de las personas.
El 24-M, desde luego, abre una puerta a cambios y transformaciones sin retorno. Los partidos tradicionales, sino quieren pasar al mundo de lo simbólico, han de mudar sus hábitos y sus prácticas. Veremos si son capaces de hacerlo cuando la presión interna por colocar a los afines será tan fuerte como fuerte es la necesidad de pasar por el quirófano. El tiempo, que es un juez inapelable, nos lo dirá en poco tiempo. Por lo pronto, quedar bien claro que ya no se puede engañar a todo el mundo, todo el tiempo. Afortunadamente
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguez-Arana
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