El llamado Estado neutral, aquel que pretende garantizar una neutralidad perfecta, como se basa sobre una idea absoluta de la tolerancia, termina por convertirla en un dogma de fe. Así, de esta manera, como todos los valores son iguales, entonces se instaura la dictadura del relativismo, hoy muy arraigada en nuestras sociedades. La tolerancia, pues, se erige en la única base para la visa social y política. Por supuesto, una tolerancia intolerante.
En este sistema ideológico de dominio absoluto de la tolerancia es ciertamente muy difícil y complicada una vida comunitaria armoniosa. Si resulta que cada cual, que cada persona, dicen sus patrocinadores, afirma la verdad de sus convicciones, entonces acabaremos sembrando un ambiente social de violencia tratando de imponer cada quien sus puntos de vista sobre los demás. En realidad, tal argumentación no se sostiene lo más mínimo por obvias razones.
Primero porque la exposición de diferentes argumentos en el ámbito de la deliberación pública con pretensión de veracidad o no, no es más que la consecuencia del pluralismo. Y segundo porque presumir que la existencia de diferencias, incluso esenciales, entre diferentes discursos racionales, conllevará a la imposición de unas ideas sobre otras es presumir una determinada forma de entender las relaciones sociales y la discusión pública que está en las antípodas de la realidad y, por ende, de la realidad.
La conversión de la tolerancia en único principio y exclusivo fundamento de la vida social y política nos conduce inexorablemente a que el Estado preserve y garantice tal afirmación. Por eso, como enseña Casey, el relativismo refuerza el mito de que en una sociedad tolerante, aquella en que todos los valores son iguales, sin que haya unos mejores que otros, el Estado es neutral ante diferentes valores. Sin embargo, como sabemos, nada más lejos de la realidad.
En efecto, como comprobamos a diario, nadie vive de forma neutral en estado puro. Cuándo el relativismo es la piedra de toque de la vida moral de la sociedad, cualquier actividad consentida entre adultos que no viola la ley se convierte en un derecho al que nadie puede oponerse con independencia de los efectos nocivos que tal actividad o comportamiento pueda tener en las personas o en la comunidad.
Sin embargo, cuando en una sociedad se ha llegado a tal grado de presunta neutralidad que impide o dificulta que el bien pueda ser preferido sobre el mal, entonces tal neutralidad se desvanece en el proceloso mundo del pensamiento ideológico, Por eso, para construir una sociedad realmente tolerante el fundamento debe estar, como dice Casey, en la verdad, no en el relativismo.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana
La página web de Jaime Rodríguez - Arana utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.
Asimismo puedes consultar toda la información relativa a nuestra política de cookies AQUÍ y sobre nuestra política de privacidad AQUÍ.