El mundo en que vivimos presenta como ídolos y modelos a imitar comportamientos y conductas dirigidas directa y derechamente a la obtención del éxito. Sean en el terreno artístico, deportivo o, en general, en cualquier actividad profesional. Lo importante es triunfar, muchas veces sin importar la categoría de los medios a emplear. Por eso, en la educación de los más jóvenes es conveniente introducir una buena dosis de elementos de solidaridad y de generosidad si es que aspiramos a formar personas comprometidas con los valores por los que vale la pena luchar, por los que vale la pena esforzarse, por los que vale la pena sacrificarse.
En este sentido, bien vale la pena, valga la redundancia, comentar algunas iniciativas adoptadas por padres de familia estadounidenses que han caído en la cuenta de que apuntar a sus hijos a actividades extraescolares orientadas única y exclusivamente a inflar el curriculum a poco o a nada conduce. Estos padres están convencidos de que más importante que su hijo adquiera el cinturón negro de judo o la mejor calificación en violín en el observatorio es que dedique tiempo a tareas familiares. Es decir, que aprendan a cortar el césped del jardín, a sacar la basura al exterior de la casa, a ir a la compra de algunos alimentos de primera necesidad, que acompañen a sus hermanos más pequeños a otras actividades.
Tales cometidos domésticos proporcionan a los niños,  según un estudio elaborado por Marty Rossman, profesor emérito de la Universidad de Minnesota en relación con esta cuestión, un sentido  creciente de la competencia, responsabilidad y confianza en sí mismos. Y, fundamentalmente, los hijos que realizan estas tareas están en las mejores condiciones para saber lo que es una familia, servicio a sus integrantes. A veces se devalúan estas pequeñas actividades familiares porque lo importante es hacer los deberes. Cómo si no hubiera tiempo para hacer los deberes y ayudar en casa. El problema es que hacer los deberes y desempeñar trabajos familiares resta tiempo a otras actividades, jugar con la play o con el ordenador, que muchas veces implican el ingreso a espacios de aislamiento de la realidad y de preocupación exclusiva por pasarlo bien individualmente.
Ofrecer una recompensa económica por la realización de estos encargos familiares tampoco es una buena práctica porque estos cometidos de preocupación por los demás orientados a hacer familia, a ayudar en casa, a desarrollar el espíritu de familia, no deben ser medidos en términos económicos tal y como apunta Jon Gallo, un reconocido especialista en la materia, fundador de una empresa de asesoría para familias.
En fin, si la familia es la mejor escuela de generosidad y solidaridad, es lógico que sus integrantes, sobre todo los más jóvenes, se formen en tales cualidades. Si desde niños adquieren estas prácticas a través de las tareas domésticas, la idea del servicio gratuito y la conciencia del sentido del deber hacia los demás va tomando cuerpo poco a poco y, así, crecerán muchas familias que podrán poner a disposición de la sociedad personas con  capacidades y aptitudes adecuadas para que la centralidad de la persona empiece a tomar carta de naturaleza en un mundo en el que, lamentablemente, solo se valora el poder, el dinero y el éxito.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana