La separación entre lo verdaderamente bueno y lo políticamente correcto manifiesta la profunda fractura que ha producido en la vida social la consideración unilateral de la razón técnica. Entre otras razones, porque es prácticamente imposible la neutralidad moral en la ordenación de la vida pública. Lo estamos viviendo, y sufriendo, a diario. Por eso, es necesario que se humanice la razón técnica y la razón política como consecuencia del despertar de las iniciativas e impulsos vitales de las personas.
 
La denominada “posmodernidad” ha fracasado si nos atenemos a la incidencia de los avances científicos y técnicos en la calidad de vida de la mayoría de los habitantes del planeta. Me parece que la manifestación de ese fracaso, como señala una pensadora de nuestro tiempo, es su expresión profundamente antihumanista marcada por la renuncia sistemática a los grandes ideales, por  el conformismo y, sobre todo por  la adicción al consumismo insolidario. El imperialismo de la técnica, que desprecia el humanismo y las humanidades, ha ido, poco a poco, socavando los fundamentos de un orden social, político y económico que ha terminado por justificar lo injustificable: el mercadeo y la transacción con la dignidad del ser humano. O, lo que es lo mismo, el uso, con ocasióny sin ella, de las personas, que se consideran objetos de usar y tirar, al servicio del poder y del dinero.
 
En este contexto cobran una especial relevancia las Humanidades. Desgraciadamente, el interés general por la literatura, la historia, la filosofía, la teoría de la ciencia o el arte es escaso. Mientras que el interés se centra en los escándalos políticos y en la libre manifestación de la intimidad de los famosos. El abandono de las Humanidades ha ido parejo con la inhibición de la gente de sus responsabilidades en la conformación del escenario público. Es lógico porque las Humanidades facilitan esa aproximación crítica a la realidad social, constituyen un foco permanente de cultura, nos recuerdan nuestra deuda con el pasado e inspiran nuestra creatividad.
 

 
Por eso, debemos tomarnos más en serio las energías latentes en la sociedad y asumir el dinamismo vital del mundo de la realidad, del mundo de la cultura. Por eso debemos saludar como algo positivo el reciente manifiesto “Unas humanidades con futuro” que se acaba de presentar en Cataluña y que postula recuperar el entusiasmo por las humanidades, o lo que es lo mismo, el gusto por el pensamiento, por la reflexión, por la dignidad humana. Muchos de los que exaltan el dominio de la técnica, el pensamiento único en definitiva, se olvidan de que tal pretensión nos conduce de forma inexorable hacia el empobrecimiento del pensamiento, la precariedad del discurso ético y la pérdida de la cohesión de nuestra civilización, dice el manifiesto.
 
Hoy, a la vista está, necesitamos recuperar el temple cívico y moral para que la democracia no sea lo que lamentablemente está siendo. Precisamenos de un sistema de referencias personales y colectivas que partan de la centralidad del ser humano para evitar la marea de sumisiones y manipulaciones que hoy presenta el panorama cultural actual. La vuelta a las humanidades pienso que pueden ayudar a este emprendimiento ético y moral cada vez más urgente y necesario.
 
 

Jaime Rodríguez-Arana

Catedrático de Derecho Administrativo