Estos días se celebra el día mundial de la libertad de prensa. Justo en tiempos de coronavirus, con un Estado de alarma formal, de excepción real, en el que la libertad de prensa, como otros derechos fundamentales, es sometido a restricciones propias de un sistema autoritario.
En efecto, el retroceso de la libertad de prensa en España en durante la pandemia es proverbial, de manual, a la vista de todos. No sólo porque el control de los medios, especialmente en el área televisiva, a los que estos días se ha regado con jugosas subvenciones, lesiona el pluralismo que el poder público debiera promover, especialmente en tiempos de limitaciones de los derechos, tal y como manda la Constitución. También y, sobre todo, porque las restricciones en las comparecencias públicas de los dirigentes, cuándo se producen, a veces con cuenta gotas, tienen con frecuencia un formato en el que quien selecciona las preguntas, es quien debe contestar, algo insólito en un régimen de libertad de prensa digno de tal nombre.
El paso del tiempo debería conducirnos a formas más abiertas de democracia, a mayores facilidades para el ejercicio de la libertad, sobre todo cuando la amenaza del Estado policía se ciernes sobre nosotros. Sin embargo, lo que por estos lares se percibe es, más bien lo contrario. La Constitución, sin embargo, manda al poder público fomentar la libertad y remover los obstáculos que impidan su cumplimiento tal y como dispone el más preterido y violado, en este tiempo, de todos los artículos constitucionales: el artículo 9 en su parágrafo segundo.
Las libertades se lesionan sin mayores problemas por el poder, que poco a poco ha ido dominando los sistemas de control, asegurándose espacios importantes de manipulación social. No es de ahora, ahora lo que percibimos es un salto de calidad en el control.
El problema no es reconocer la lamentable realidad. El problema reside en comprobar hasta que punto el grado de control social poco a poco, ahora con descaro, trata de silenciar la conciencia de la ciudadanía. Esta es la cuestión: que el pueblo se despierte y recupere la ilusión por reaccionar frente al autoritarismo. Que se ilusione, de nuevo, hoy como hace décadas, por la lucha por las libertades.
La tarea no es nada sencilla. Llevamos bastante tiempo en una democracia formal en la que los gobiernos, de uno u otro signo, unos más que otros, solo piensan en granjearse el favor de la prensa a través de toda suerte de artilugios y operativos. Hoy lo vemos descaradamente. En este marco, la calidad de las libertades, por ejemplo, es secundario. De aquellos polvos, estos lodos.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana
La página web de Jaime Rodríguez - Arana utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.
Asimismo puedes consultar toda la información relativa a nuestra política de cookies AQUÍ y sobre nuestra política de privacidad AQUÍ.