El título del artículo de hoy coincide con la rúbrica de la conferencia internacional del Foro de Davos de 2017. En efecto, la sensibilidad y la responsabilidad son, a juicio del fundador de estos cónclaves, Klaus Schwab, profesor alemán de ya 78 años, las dos características más relevantes para gobernar o dirigir en un mundo marcado por la incertidumbre y los profundos cambios y transformaciones.
Hoy falta capacidad y habilidad en la dirigencia para comprender que estamos en un territorio inexplorado, que cuestiona el estatus quo y, por ello, a los líderes. Las cosas ya no son como antes. Ha fallado la regulación, los agentes económicos y sociales están desconcertados, crece la desigualdad, aumenta la obsesión por el dinero, el poder y la notoriedad. Los líderes precisan sensibilidad para estar cerca de la realidad y comprenderla en su variada y multiforme expresión. Como señala Schawab, los líderes han de realizar su tarea con mentalidad de servicio,  con radar y brújula en mano. El radar para poder visualizar los diferentes aspectos que componen la realidad y poder responder ante ellos. Y la brújula para orientarse responsablemente en el camino a seguir.
Atrás quedaron los privilegios, las prerrogativas. En su lugar, el líder, el gobernante, debe esforzarse en ganar la confianza del sector en el que labora, lo que solo puede alcanzarse con un profundo sentido de la misión que le lleva a trascender caprichos e intereses personales.
Para Schwab hay cuatro requisitos necesarios para responder a las principales necesidades de la sociedad actual: fortalecer el crecimiento económico, hacer más inclusivos los sistemas basados en el mercado, dominar la Cuarta Revolución Industrial y, al final, rediseñar la cooperación internacional.
Por ejemplo, en el ámbito de la conducción política encontramos  líderes sin sustancia obsesionados con encaramarse como sea al poder. Se trata de conseguir los votos como sea, al precio que sea. Aunque para ello tengan que aliarse con el mundo empresarial y mediático para ofrecer al pueblo ese consumismo insolidario que tantos daños y destrozos está ocasionando en el temple moral de los habitantes.
 
El problema del desprestigio de la dirigencia política, que no de la política como actividad de rectoría del espacio público con el fin de mejorar las condiciones de vida de los habitantes, es, desde luego, un gran problema. Las tecnoestructuras de los partidos siguen manteniendo sus privilegios y prerrogativas. Las listas electorales siguen sin abrirse. La elección democrática de candidatos, salvo excepciones, brilla por su ausencia. Las camarillas y gabinetes se mantienen y, lo que es más grave, se ha liquidado el debate de las ideas en favor de esa perspectiva clientelar que sigue dominando la escena.
 
En este contexto de aguda y grave crisis moral, lo que necesitamos es cambiar los pilares, los basamentos del orden político, social y económico. Y para eso es menester que los estadistas y personas de altura de miras estén en el primer plano de la responsabilidad pública. Algo que hoy brilla por su ausencia y que está en la base de la crisis, sin precedentes, de liderazgo que caracteriza el mundo occidental.
 
Por eso, que importante es el liderazgo sensible y responsable, no solo en el mundo económico y financiero. También en el político. Un ámbito en el que la dirigencia debe tener más presente el radar, para ver lo que hay a su alrededor, y la brújula, para saber a dónde ir, que tampoco es tan difícil: a la búsqueda de la mejora de las condiciones de vida de todos los ciudadanos.
 
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana