No corren buenos tiempos para la política ni para los partidos en Francia.  Según el Instituto Francés de Opinión Pública,  el presidente de la República acaba de batir todos las previsiones consiguiendo nada más que un 20% de confianza ciudadana. La oposición, por su parte, tampoco es que esté para tirar cohetes: ni la UMP ni por supuesto el Frente Nacional. 
Ni Miterrand en su peor momento, con un 22%, o Sarkozy en sus horas más bajas, con un 28%, o Chirac con un 27%  en su más aguda crisis, llegaron a las cotas de popularidad actuales de Holland. El problema no se encuentra, sin embargo, en el gobierno. La oposición, algo sorprendente, tampoco es contemplada por la ciudadanía con buenos ojos. Sólo el 25% de los encuestados entiende que la UMP lo haría mejor que el actual gobierno. En el mismo sentido, sólo un 19% de los consultados considera que el Frente Nacional resolvería los principales problemas que hoy aquejan a los franceses. Mutatis mutandis el escenario político francés es bastante parecido a lo que acontece entre nosotros.
Por si fuera poco, esta semana se ha hecho público un sondeo de un medio de comunicación privado en el que se subraya que el pesimismo y, más grave aún, el gusto por las políticas de orden público, están instalados entre los electores galos. En este ranking los mejor valorados son el actual ministro de interior, Valls, y el acalde de París. Delanoe, bien conocidos por sus políticas preferidas.
En este contexto, en el que los partidos tradicionales no son capaces de afrontar las reformas necesarias para recuperar el prestigio perdido y tomar de nuevo la iniciativa, se aprecia otra tendencia preocupante. En efecto, el informe que elabora la Comisión Consultiva Nacional de los Derechos Humanos de Francia, refleja que el racismo y la xenofobia crecen sin parar. Francia, en este sentido, empieza a homologarse a lo que está pasando en los últimos tiempos en los países Nórdicos, en los que el ascenso de estas “prácticas” entre la población resulta altamente preocupante. Por ejemplo, según este informe, un 65% de los franceses entiende que ciertos comportamientos justifican reacciones racistas.
Así las cosas, también en Francia es urgente candelero un gran acuerdo entre los partidos políticos para examinar la situación y pensar en recuperar la centralidad de la persona en la política. Mientras tanto, lamentablemente estas tendencias siguen su curso. También en Francia los síntomas de la crisis política son claros. Tan claros coma la incapacidad de propiciar reformas que permitan devolver a los ciudadanos el protagonismo perdido. Hacen falta, también en Francia, reformas de calado que democraticen, como aquí, el sistema político. El tiempo pasa y el descontento crece.
Jaime Rodríguez-Arana.