Una de las novedades que ha traído consigo la encíclica de Benedicto XVI, Veritas in Caritate, se refiere, como es bien sabido, a las instituciones de solidaridad social que puedan existir en el marco del mercado y que aspiran a combatir las profundas injusticias que presenta el panorama económico global. La  crisis económica y financiera que tanto castiga a los más débiles y desprotegidos debe animarnos, como recuerda el autor de la encíclica, a discernir y proyectar de un modo nuevo las instituciones económicas y financieras, aproximándonos sin miedo a nuevas y más profundas formas de reflexión sobre el sentido de la economía y sus fines.
 
En este contexto abierto y plural, en el que el mercado no debe ser contemplado desde una única perspectiva, la del beneficio, aparecen desafíos y preguntas que requieren nuevos enfoques y nuevos planteamientos. Nuevas perspectivas que deben evitar caer en el prejuicio del beneficio como único fin o en la compraventa como único método del sistema económico. Es más, si proyectamos las exigencias de la justicia distributiva y de la justicia social en el marco del sistema de mercado, una realidad humana, y por ello social, resulta que es posible contemplar un esquema económico que vaya más allá del principio de equivalencia del valor de los bienes que se intercambian. Un modelo económico fundado solamente en la lógica del beneficio, no digamos en la del lucro, no funciona adecuadamente, no produce la racionalidad humana  y la cohesión social  propios de todo sistema social.
 
En este sentido, Benedicto XVI escribe en la encíclica que sin formas intensas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propio fin puesto que la actividad económica, como actividad social que es, está presidida por el bien común. Y el bien común es el bien de todos y cada uno de los ciudadanos, de todos y cada una de las personas en cuanto integrantes del cuerpo social. Por eso, la apertura del sistema económico a nuevas formas de entender la actividad económica desde la solidaridad y el don recíproco reclama un pensamiento más abierto, plural y complementario que el esquema de unilateralidad imperante en la actualidad.
 
El principio de gratuidad y la lógica del don pueden y deben encontrar espacio en un sistema económico más humano y social. En realidad, la lógica de la compraventa y el principio de la equivalencia del valor de los objetos intercambiados ofrecen realidades  de inhumanidad y de absolutización del beneficio bien conocidas y experimentadas. Por eso, como reclama Joseph Ratzinger, deben poder establecerse organizaciones productivas que persigan, en el marco del mercado, finalidades mutualistas y sociales. La apertura progresiva a formas de actividad económica caracterizadas por ciertos márgenes de gratuidad y comunión, además, producirá una necesaria humanización de unas relaciones tantas veces dominadas por la desconfianza, la sospecha y el cálculo. Estas ideas, si las proyectamos sobre el mundo en subdesarrollo, tienen una potencialidad exponencial.
 
Pregunta: ¿es posible diseñar emprendimientos de este tipo en un mundo con más de 1.000 millones de personas con hambre, 1200 millones sin agua potable y 1400 millones sin electricidad, en el que los precios de los productos básicos crecen, al menos este año, un 15%?. Leyendo un artículo de Kligsberg he encontrado varios ejemplos que me parece que discurren por esta senda y que conviene anotar.
El primero de se refiere a Aurolab, la división de producción de Aravind Eye Hospital que produce lentes intraoculares para enfermos de cataratas. El precio de estas lentes, que oscila en el mundo occidental entre los 130 y 150 dólares, se bajó a una orquilla de entre 2 y 4 dólares gracias al uso de las nuevas tecnologías y a una audaz campaña de reducción de costes. De esta forma, la empresa vende la friolera de 5 millones de lentes por año a 109 países ayudando a muchas personas que, seguramente de otra manera nunca podrían haber disfrutado de un tratamiento eficaz contra las cataratas.
 
El segundo lo encontramos en el  premio nobel Yunus, el padre de los microcréditos, que no para de impulsar negocios sociales, empresas, como él dice, que, sin beneficios ni dividendos, ayudan a reducir o eliminar problemas sociales. Una de estas iniciativas es la alianza entre el Grameen Bank, el banco de microcréditos por él fundado, y la compañía de aguas francesa Veolia, dirigida a gestionar el problema del agua potable en aldeas pobres como una empresa social. Yunus también fundó con la empresa  Telenor de Noruega celulares con precios accesibles o Grameen-Adidas, que puso en circulación zapatos accesibles para los más necesitados a un coste menor de 1 dólar. En Bangladesh puso en marcha con Danone un yogur para niños a muy bajo precio.
 
Estas, y otras iniciativas que se ponen en marcha en diversas partes del mundo demuestran que es posible, y conveniente, abrir las puertas del sistema económico a experiencias de solidaridad y gratuidad. Experiencias que si se ofrecen en el marco de esquemas de trabajo humano y razonable éticamente, demuestran que el sistema económico,  desde el pensamiento abierto, dinámico, plural y complementario puede, y debe, generar esperanzas de cambio y transformación en un mundo en el que los fuertes, ahora todavía más, intentan doblegar a los más débiles y desprotegidos.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es