Las elecciones del 25 M han puesto de relieve, entre otras cosas, que la pedagogía y la comunicación de los partidos con los ciudadanos son bien relevantes. En efecto, la política es una tarea de rectoría de los asuntos públicos orientada  a la mejora de las condiciones de vida del pueblo. En la medida en que la política democrática descansa sobre el Estado de Derecho, la racionalidad debe presidir la confección y elaboración de las políticas públicas, así como su comunicación y explicación a los ciudadanos. Comunicación y argumentación son dos funciones bien relevantes de los nuevos espacios políticos que han de realizarse pedagógicamente, dedicando tiempo a exponer las las razones que justifican la acción de gobierno o la oposición política. Algo que brilla por su ausencia en determinadas formaciones cuyos líderes están a otras cosas. Unos porque no saben y otros por la moqueta y el coche oficial les tiene sumido el seso.

 
Podemos preguntarnos porque la política española muestra esta lamentable peculiaridad. Probablemente porque pedagogía y comunicación  reclaman trabajo, esfuerzo, ponerse en la piel de quienes escuchan, de las personas a que van dirigidas los mensajes. Además, la pedagogía hay que hacerla cerca de las personas, de los ciudadanos, y ello supone que hay que desplazarse con el “riesgo” que hoy entraña alejarse de la tecnoestructura y adentrarse en el proceloso y peligroso  mundo de la realidad y de la iniciativa.
 
Pues bien, los nuevos espacios políticos, entre los que se sitúa el espacio del centro, cada vez más vivo, traen consigo una particular exigencia de pedagogía política. Efectivamente, en el desarrollo de sus políticas, las formaciones inspiradas en el espacio de centro deben atender de modo muy particular a la comunicación con el entorno social, con toda la sociedad. El trabajo de pedagogía política no es, de ninguna manera, una labor de adoctrinamiento, de conversión ideológica, sino precisamente de transmisión de los valores del centro político. El respeto a las posiciones ideológicas, a los valores que individualmente cada ciudadano defiende, debe conjugarse con la insistencia en la llamada a abrirse a la realidad de las cosas, y a su complejidad, haciendo ver que las soluciones simplistas no son soluciones, que la prudencia es una buena guía en las decisiones políticas, y que esta no está reñida –antes al contrario- con las metas sociales ambiciosas; que importa más el trabajo serio y consolidado que los gestos superficiales y sin fundamento, que bajo la apariencia de progreso esconden un progresivo deterioro de la vida económica y social e incluso de la ética, que nunca tardará demasiado en ponerse en evidencia.
 
En este tiempo en el que algunos confunden el centro con la pusilanimidad, la indefinición, la invisibilidad o con el silencio, la exigencia de explicación y de pedagogía es, si cabe, más relevante. Si así no se hace, la gente se sentirá decepcionada y abandonará, el 25 M así ha acontecido, a quienes pasan de puntillas y con temor reverencial a comprometerse. Desde el centro, espacio de apertura, pluralidad, dinamismo y complementariedad, es menester que se transmitan al pueblo las políticas a emprender acompañadas o precedidas de las razones, de las motivaciones de su confección, así como de las consecuencias que de ellas se van a desprender.
 
 

 
La pedagogía política impide la demagogia porque la racionalidad es su principal manifestación. Cuando las propuestas o las medidas se pueden explicar porque son razonables, lógicas, con argumentaciones al alcance de cualquier fortuna es probable que el pueblo soberano pueda comprender mejor el alcance y sentidos de esas políticas. Y cuando esas políticas se demuestra que se hacen para todos porque son exigencias de la centralidad del ser humano, entonces se transita por el buen camino y el pueblo lo percibe y valora.
 
 
 
Jaime Rodríguez-Arana
Catedrático de Derecho Administrativo