En estos días se ha cumplido el primer aniversario de la rebelión egipcia que terminó con el régimen autoritario de Mubarak. Con tal motivo la plaza de Tahir de El Cairo, el escenario clave de la revolución egipcia, ha vuelto a asumir un merecido protagonismo. Un año atrás comenzaba un clamoroso grito de indignación precisamente en esta ya mítica plaza contra la falta de libertad, contra el autoritarismo y contra la sistemática violación de los más elementales derechos de la persona. Por aquel entonces, la plaza representaba la real y diversa expresión del pueblo egipcio porque las reclamaciones procedían de un amplio espectro social del país. Sin embargo, las imágenes de estos días, especialmente las del día 24 de enero, muestran una multitud que salía a la calle, en parte feliz por la conmemoración, en parte descontenta con el manejo que los militares hacen de la situación. Además, la presencia, en un número relevante, de militantes de partidos de corte islámico produce una entendible inquietud en la ciudadanía.
Los militares siguen pilotando la nave del Estado y sólo en estos días se han atrevido a poner fin al Estado de excepción que dominaba el país desde hace treinta años, aunque se mantiene para los supuestos de violencia y terrorismo. Los cambios, a juzgar por buena parte de la juventud egipcia, van a cámara lenta. En el proceso de elaboración de la Constitución se excluyó a ciertos sectores como el de los coptos o el de las propias mujeres. En ciertos sectores de la población se piensa que los militares han engañado al pueblo y que ahora, que hay parlamento elegido por mor de la soberanía popular, deben empezar a retirarse para que la dirección de la política nacional la realice quien ha obtenido el beneplácito de la ciudadanía.
Las imágenes y las crónicas de este magno acontecimiento reflejan el júbilo de un pueblo que ha sido capaz de derrocar al tirano desde la resistencia pacífica. La caída del dictador no es el final del proceso. Es justamente el inicio del camino hacia la democracia y la libertad. Un camino que debiera haber sido iniciado sin la tutela y control militar. Por ejemplo, la participación de los uniformados en el proceso de elaboración de la Constitución, impidiendo la representación plural de la sociedad egipcia o la gestión de las elecciones al parlamento, han oscurecido no poco la senda marcada en la plaza de Tahir. Por eso ahora muchos jóvenes acusan a los militares de entorpecer los cambios e impedir que las reivindicaciones expresadas un año atrás hoy sean una realidad.
Sea como fuere, la presión de la ciudadanía debe continuar hasta que los militares entreguen el poder civil y vuelvan a sus cometidos propios. Mientras sigan de cerca el proceso iniciado hace un año en la plaza de Tahir la democracia corre peligro en Egipto. Sobre todo si se confirmara la sospecha de que existen determinadas alianzas dirigidas a que determinados partidos obtengan una inmejorable posición para dirigir el país. El tiempo nos dirá si la rebelión del pueblo en Egipto ayudó o no a la hegemonía de algún partido. En poco tiempo lo sabremos.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es
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