Oportunidad y oportunismo no son cosas iguales. Más bien se trata de dos conceptos distintos que muchas veces, sin embargo, se identifican dando lugar a confusiones e identificaciones frecuentes. El oportunismo consiste, lisa y llanamente, en el ejercicio de la política para obtener beneficios electorales en cuantas circunstancias y oportunidades se presentan. Saber aprovechar las oportunidades es cosa bien diferente.
Desde los postulados del pensamiento dinámico y compatible se comprende bien que el proyecto político consiste en mejora permanente y continua de la realidad. Es decir, el proyecto ha de adaptarse, adecuarse a dicha realidad ya que, en si misma, ella es viva y dinámica. Por tanto, las nuevas políticas públicas hacen una interpretación abierta sobre la configuración social, en absoluto dogmática o estática. Es más, comprenden la realidad históricamente, en la medida en que la interpretación sobre la evolución cultural, social, política o económica está sujeta a las circunstancias de nuestro tiempo. Ello no implica historicismo sino, más bien, la confirmación de que la aproximación a estructuras sociales más equitativas y libres es progresiva, no necesariamente lineal, y que, as u vez, los caminos o procedimientos posibles son variados, nunca uno sólo.
La necesidad de adecuar el proyecto político a la realidad es consecuencia de su misma naturaleza cambiante y dinámica. Sin embargo, que esto sea así no quiere decir, ni mucho menos, que en esta tarea de adecuación, de adaptación, los principios no cuentan para nada. Solo faltaría. Todo lo contrario. Los principios constituyen el soporte que hace posible la adecuación del proyecto a la realidad. Porque hay una realidad sobre la que proyectar los principios, éstos tienen sentido. La mera abstracción, la mera teoría sin realidad sobre la que actuar es la que permite, inmoralmente, tomar decisiones predeterminadas, por ejemplo, para la conservación del poder como sea. Este es, me parece, el camino por el que transita un gobierno que tiene señalada una hoja de ruta al margen de la realidad, o contra ella, como el día a día está demostrando.
Sin embargo, la adaptabilidad se ajusta, más bien, al criterio de la oportunidad, tomado en el sentido de adecuación. Es decir, uno de los caracteres que sobresalen en el buen político es, precisamente, su sentido de la oportunidad, que es radicalmente contrario al oportunismo, y que tiene una profunda relación con lo que se denomina gestión del tiempo, de los ritmos y de las prioridades.
La confusión de la adaptabilidad en sentido de oportunidad con el oportunismo es consecuencia de la radical confusión entre principios y acción. Quien actúa en función del sentido de la oportunidad lo hace desde la acción guiada por principios. La firmeza en los principios no implica unilateralidad en las actuaciones. Es posible que ante un determinado problema político se puedan encontrar diferentes caminos, todos en el marco de los principios. Cuándo es menester deliberar sobre lo concreto, sobre la realidad, hay que tener muy presente que en esta operación lo particular presenta contornos únicos e irrepetibles que reclama actuaciones adecuadas a sus peculiaridades específicas para, así, acercarse más, hacer más reales los principios generales. En cambio si la acción política es dominada por el prejuicio, no se enfrenta a la realidad, y sólo busca el beneficio de la propia posición, entonces estamos en el oportunismo, una característica que distinguió a los gobiernos presididos por Zapatero.
El oportunismo, pues, circula exclusivamente por el circuito de lo que es mejor para la propia posición. El oportunismo no busca lo que es oportuno o adecuado en cada caso, sino que, por el contrario, aprovecha las oportunidades en beneficio propio. No le interesa al oportunista solucionar los problemas de la ciudadanía sino que aprovecha dichos problemas para el beneficio electoral propio. En pocas palabras, el oportunismo es la abdicación de los principios, es la renuncia total a los principios. Me atrevería a decir, a todo principio.
En este contexto, formularemos una pregunta al lector: la decisión del nuevo premier italiano Mateo Renzi, anunciando que bajará los impuestos a quienes ganan menos de 1.500 euros al mes, ¿es oportuna u oportunista?. Según lo que hemos esbozado líneas atrás, la contestación no es difícil. Sin embargo, el tiempo nos dirá si lo que es oportuno se torna oportunista. Algo que sucede muchas veces. Tantas cuantas los dirigentes políticos se olvidan de los principios para entregarse al puro mantenimiento de la posición.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.
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