Estos días se ha celebrado una reunión de expertos en el marco de la cumbre de presidentes de América celebrada en Cartagena de Indias, nada menos que sobre la democracia en la región. En el encuentro, organizado en la Universidad de Brown, se han tratado diferentes temas, todos ellos de gran relevancia para que la democracia sea lo que debe ser: el gobierno del pueblo, por y para el pueblo y no lo que parece que es en tantas latitudes: el gobierno de una minoría, por y para una minoría. En este sentido, reducir la brecha, la distancia y la desafección que existe entre ciudadanía y políticos es crucial.
Entre las reflexiones que se han formulado hay una que me parece pertinente y atinada. Me refiero a la propuesta del ex presidente chileno Lagos de que se pongan en marcha auditorías democráticas permanentes con el fin de que se pueda evaluar periódicamente una serie de parámetros e indicadores que permitan conocer en cada momento la calidad de la democracia. En concreto, según el planteamiento de Ricardo Lagos, se trataría de que se pueda medir la participación del pueblo en los asuntos de interés general, el grado de satisfacción de los ciudadanos en relación con el funcionamiento de los servicios públicos y de interés general o, por ejemplo, cómo se facilitan, promueven y protegen los principales derechos fundamentales.
La democracia no consiste sólo en votar periódicamente. Es algo más, mucho más. Se trata de un sistema que permita que el ciudadano, que es verdadero soberano, el dueño de todos los poderes, el titular de los procedimientos y las instituciones, sea de verdad el principal actor en los asuntos de interés general. Algo que ciertamente contrasta con lo que verdaderamente acontece en tantos y tantos países en los que la democracia no es más que un instrumento al servicio de determinadas minorías que lo explotan y exprimen hasta límites asombrosos.
Por eso, aportaciones como la que comentamos en el artículo de hoy son bien interesantes. No sólo porque tales propuestas son reales pues el desarrollo de la medición de indicadores, también inmateriales, como puede ser la participación o la calidad del ejercicio de las libertades, admite contrastados métodos de verificación. Sino porque su articulación o instrumentación hacen posible, no lo olvidemos, que las cuestiones que se refieren a las condiciones de vida de los ciudadanos ocupen el lugar central y no sean, como tantas veces acontece, usadas o utilizadas al servicio de intereses inconfesables.
En este sentido, el ex vicepresidente nicaragüense Sergio Ramírez comentó en este seminario que en Centroamérica hay una democracia de baja intensidad que se utiliza por los políticos como instrumento para perpetuarse en el poder. Tal comentario, obvio y patente en determinados países de la región, debiera hacer pensar a quienes presumen de democracias desarrolladas acerca de la centralidad real de la dignidad del ser humano, acerca de la participación real del pueblo en los asuntos de interés general, acerca, en definitiva, de la preocupación de los políticos por ejercer el poder en nombre y representación del pueblo y a él periódicamente rendir cuentas de su administración. Por una soberana razón, valga la redundancia: el soberano es el pueblo, del que emanan todos los poderes. ¿O no?
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es
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