Estos días se cumple justamente un año de las manifestaciones de los egipcios para derrocar a Hosni Mubarak en la famosa plaza de Tahir de El Cairo. Plaza que se ha convertido, como otras tantas en tantos países, en un símbolo de la lucha por la libertad y la democracia. El pueblo de nuevo ha vuelto a congregarse para celebrar la caída del tirano y la transición a la democracia. Las tiendas y los colegios han cerrado para colaborar en la gran fiesta y no pocas voces de júbilo, y también de protesta, se escucharon en la gran conmemoración.
Alegría desbordante por el término de la dictadura y protesta frente a la falta de velocidad de las reformas. Por lo pronto, el poder sigue en manos de una Junta Militar que dirige el mariscal Tantaui. El Parlamento, recientemente elegido tras las últimas elecciones, dispone de unas competencias que deben definirse todavía y según parece, no elegirá presidente hasta el mes de junio. Tantui, que sigue concentrando el poder ejecutivo, se niega a ceder la rectoría de los asuntos públicos al Parlamento, hoy dominado por grupos islámicos. Además, dicho mariscal acaba de derogar de manera confusa el Estado de excepción, vigente en el país desde hace treinta años. Confusa porque aunque es cierto que se ha dado la orden en este sentido se establece que tal derogación no afectará a los casos de violencia y terrorismo. Conceptos que en un régimen político todavía dirigido por militares puede tener un determinado sentido no difícil de intuir.
La forma en que los militares excluyeron de la elaboración de la Constitución a determinados colectivos, mujeres y cristianos especialmente, refleja el talante que se imprime a las reformas en Egipto. Todavía no se ha juzgado a los asesinos de los manifestantes del año pasado. El turismo, otrora gran fuente de riqueza del país, hoy está bajo mínimos. La pobreza hace acto de presencia en amplios sectores de la población. Por todo ello, la decepción y el descontento siguen latentes tantos egipcios que, trescientos sesenta y cinco días después, se preguntan, justamente indignados, qué ha pasado para que las reivindicaciones y reclamaciones de Tahir de 2011 hayan quedado a mitad de camino.
¿Será que el derrocamiento de Mubarak ha sido en vano?. ¿Será que los militares siguen aferrados al poder y no contemplan facilitar la transición a la democracia?. ¿Será que los grupos islámicos que disponen de mayoría en el Parlamento aspiran a instaurar un régimen teocrático?. ¿Será que hace falta una nueva oleada de expresiones de resistencia pacífica para que la actual situación se mueva por otros derroteros?.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es
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