Estamos en el siglo XXI y la verdad es que el grado y la intensidad del ejercicio de las libertades en todo el mundo dejan mucho que desear. Parece mentira pero después de tantas luchas, después de tantos sacrificios de tantas personas, las tecnoestructuras dominantes  siguen impidiendo, a veces con sutileza, que el ser humano se desarrolle en libertad solidaria. Todavía hay sistemas políticos que persiguen las libertades. Todavía, en algunas naciones, decir lo que se piensa sale caro. Todavía pinar con libertad puede traer consigo toda clase de problemas. Que se lo pregunten a los periodistas que intentan decir lo que pasa en Siria, en Marruecos, en China o en tantas latitudes en las que informar puede costar incluso la vida.

 
Efectivamente, según el último  informe de reporteros sin fronteras, en 2011 perdieron la vida cerca de 100 periodistas por ejercer su profesión con libertad. 174 han sido encarcelados por atreverse a narrar lo que acontece en algunos países. Más de 1.000 detenidos, un sinfín de exiliados. Los datos que ofrece esta ONG reflejan una amarga realidad que se presenta con una crudeza inusitada en este tiempo. La censura explícita campea en regímenes bien conocidos. En sus rasgos más tenues y sutiles también se aprecia en no pocos regímenes formalmente democráticos que cierran sus puertas a quienes no siguen los dictados del pensamiento y la doctrina dominante.
No sólo la libertad de prensa retrocede en el mundo. En general, se puede decir, siendo objetivos, que no corren buenos tiempos para el ejercicio de las libertades ni para el libre y solidario desarrollo de las personas. Desde luego, el ejercicio de la  libertad y la búsqueda de  autonomía siempre han tenido un alto precio. Hoy, la alianza que existe entre el poder financiero y el poder político para imponer sus deseos pasa por laminar los derechos y la centralidad del ser humano. Unos y otros, de forma más o menos clara, tratan de evitar a toda costa que el pueblo llano sea consciente de sus derechos y su centralidad en el sistema. Si la educación sigue discurriendo por los parámetros de la mediocridad  actual no hay peligro. Si se siguen a pies juntillas, sin rechistar, los dogmas del consumismo insolidario, el grado de narcotización y de pérdida de la sensibilidad democrática seguirá aumentando. Si los partidos siguen herméticamente cerrados a la realidad en manos de minorías que sólo aspiran a recrearse en el poder y la poltrona, es difícil, muy difícil, que los ciudadanos dispongan del mejor ambiente para la libertad ideológica, para libertad de pensamiento.
En China, Cuba, Corea del Norte, los países islámicos y otras naciones como pueden ser Venezuela, Bolivia o Ecuador, la libertad de información no existe o está bajo mínimos. Si se informa con libertad se puede ir a la cárcel o ingresar en el más completo anonimato o en el más radical de los olvidos. En la vieja Europa  hay libertad, claro que hay libertad. El problema es que en el presente, la profunda y dura crisis económica y financiera que asola el solar del viejo continente está provocando un serio retroceso en las libertades. Ahora, bajo el pretexto de que hay que hacer ajustes sin cuento se suben los impuestos a los ciudadanos sumiéndolos en una lamentable situación. Para muchos ahora lo determinante es poder sobrevivir como sea.
En efecto, la pobreza crece en toda Europa. La clase media está pagando los excesos de unos dirigentes políticos y financieros que pensaron que podían hacer su agosto a costa del pueblo. En este contexto, de penurias y serias limitaciones, la gente, la ciudadanía, que está aguantando estoicamente los sacrificios es probable que termine por asumir un papel más activo. Poco a poco va tomando mayor conciencia del desaguisado. Va comprendiendo que mientras se agravan sus condiciones de vida pervive toda una fauna de paniaguados y aduladores que siguen gozando de no pocos privilegios.
En fin, la libertad de prensa retrocede en muchas partes del mundo en las que el autoritarismo está presente de forma explícita. En otros lugares, a pesar de la democracia formal que reina, el grado de las libertades también está bajo mínimos. Menos mal que la crisis económica y financiera del mundo occidental, trasunto de una más profunda crisis moral, ha dejado al descubierto la realidad. Una realidad que reclama volver a pensar los fundamentos de la democracia para que sea el gobierno del pueblo, por y para el pueblo, no para el gobierno de unas minorías, por unas minorías, y para unas minorías.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es